jueves, 24 de diciembre de 2009

La solidaridad se aprende en casa. ¡La solidaridad se vive en la familia!

 

Por: Enrique Galván-Duque Tamborrel

Mayo / 2009

  

"Mamá, ¿en qué te ayudo?", pregunta una de las pequeñas de la casa. La mamá, atareada, y con varias actividades que realizar, probablemente no alcanza a comprender la importancia de esa pregunta.

Sin embargo, se toma un espacio en sus actividades y le hace un encargo a su hija. Sabe que, si bien la pequeña no solucionará los problemas del hogar, sí es importante hacerla partícipe, involucrarla en el proceso familiar.

Más allá de la contribución específica, a esa pequeña se le reconoce un papel importante en la familia –que lo tiene–, y también se le está diciendo con hechos que no hay ayuda pequeña ni personas pequeñas o grandes para ayudar: simplemente hay personas que ayudan, que son solidarias.

"¿Me puedes pasar de la caja de herramientas unas pinzas?", pregunta el papá a uno de sus hijos. El niño probablemente le alcance un desarmador o una llave, y recibirá las indicaciones pertinentes para cumplir con su labor –que probablemente llevaría menos tiempo sin "la ayuda"–.

Sin embargo, esa pequeña colaboración del niño lo hace parte de un equipo. Cuando se complete el arreglo, la satisfacción del trabajo realizado será compartida.

Independientemente de la magnitud de la colaboración de ese pequeño en el mantenimiento de la casa, a ese niño se le está enseñando a trabajar en equipo con el objetivo de lograr algo. Se le está enseñando que quien trabaja en equipo logra más que alguien que trabaja solo. Aprende que la solidaridad implica trabajar con otros. Le ayudamos a ser solidario.

Como decía el siempre bien recordado Juan Pablo II en su Exhortación Apostólica Familiaris Consortio: Las relaciones entre los miembros de la comunidad familiar están inspiradas y guiadas por la ley de la «gratuidad» que, respetando y favoreciendo en todos y cada uno la dignidad personal como único título de valor, se hace acogida cordial, encuentro y diálogo, disponibilidad desinteresada, servicio generoso y solidaridad profunda. 

Es en la familia donde aprende el ser humano el sentido de las virtudes, a veces con argumentos, las más de las veces con el ejemplo y el trabajo diario. Una sociedad en la que se permite que la familia cumpla con su papel de formadora de personas que respetan a los demás, es una sociedad sana.

Al encontrarnos en nuestra sociedad con diversos ejemplos de falta de civilidad, de violación a los derechos de los demás y de falta de respeto a las leyes y a la autoridad, deberíamos preguntarnos si la respuesta no está precisamente en aquellas familias en las que los hijos no han tenido esa vivencia básica de solidaridad.

En una sociedad como la nuestra, en la que se le sigue reconociendo a la familia su papel insustituible en la formación de la persona, la pregunta debería de ser: ¿por qué permitimos que se le ataque?

Sin querer simplificar un problema complejo, deberíamos de reconocer que, en gran medida, la violencia es el reflejo de una sociedad en la que se permitió que se atacara de manera sistemática a la familia.

La consecuencia es que varias personas no tuvieron la oportunidad de vivir la solidaridad en el núcleo más íntimo, como la virtud que dispone a las personas a ver las necesidades del otro para hacerlas propias y ayudar a solucionarlas.

Una sociedad en la que existe el espacio para que los pequeños se involucren en las cosas de la casa, es una sociedad más solidaria. No hay que buscar más. La solidaridad se aprende en casa. ¡La solidaridad se vive en la familia!

 

«Por mi patria hablará la razón de la justicia»
 



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