jueves, 11 de noviembre de 2010

La templanza y la fortaleza

 

Por: Querien Vangal

Noviembre / 2010


La templanza


La templanza es una de las cuatro virtudes cardinales. "Una virtud sobrenatural que modera la inclinación a los placeres sensibles, especialmente del tacto y del gusto, conteniéndola dentro de los límites de la razón iluminada por la fe". (1)


Dicho de otra manera, consiste en moderar los apetitos y el uso excesivo de los sentidos sujetándolos a la razón.


Nos conduce a evitar toda clase de excesos ya sea en la comida, en la bebida, en el tabaco, en los medicamentos, en nuestras reacciones ante las contrariedades, en la sexualidad o aún en el descanso. Este dominio de sí interior se reflejará en nuestra reacción ante los embates de la vida y en el uso y posesión de las cosas con calma y serenidad. Nos lleva a prescindir de lo innecesario.

Por medio de la templanza yo me mantengo firme y sereno. Todo lo que está dentro de límites se serena, transmite seguridad. Un jardín cercado es uno de los lugares más tranquilos y descansado en el mundo. De igual modo, si el alma del hombre se conserva dentro de ciertos límites, adquiere seguridad de saber que es lo que puede y lo que no y cuál es el lugar que realmente le pertenece. La templanza nos lleva a permanecer sin alterarnos ante las rigurosidades del clima, del frío, del calor, de la sed, hasta del hambre. Si me despojan por ej: de la fama por una calumnia, haré lo que esté a mi alcance para defenderla, pero mi reacción será racional y objetiva y no emocional ni descontrolada. Deberíamos poder comer todos los días, pero si un día no pude almorzar porque tuve que terminar un trabajo o dedicarle un tiempo extra a una persona que me necesitaba, no debiera alterarme por ello. En todos los órdenes, la templanza nos lleva a la moderación, a la mesura, al dominio de sí y a la sobriedad.



"Templanza es señorío" decía San José María Escriba de Balaguer y a continuación: "No todo lo que experimentamos en el cuerpo y en el alma ha de resolverse a rienda suelta. No todo lo que se puede hacer se debe hacer". Algunos no desean negar nada al estómago, a los ojos, a las manos; se niegan a escuchar a quien aconseje vivir una vida limpia... La templanza no supone limitación sino grandeza, pues cría el alma sobria, modesta, comprensiva: le facilita un natural dominio que es siempre atractivo, porque se nota en la conducta el señorío de la inteligencia. Hay mucha más privación en la destemplanza, en la que el hombre abdica de sí mismo". (2)


Abdicar de sí mismo es renunciar a ser hombre. Renunciar a ser aquello para lo cual fui hecho, pensado y creado por Dios. La condición humana es la de ser inteligente (que puedo hacer un juicio correcto mediante la inteligencia) y libre (que puedo elegir entre lo bueno y lo malo y por ello hacerme responsable de lo que elijo). Mi propia naturaleza me exige actos acordes a los que no puedo renunciar. Soy creado por Dios un ser racional no puedo "elegir" ser "racional".


El error siempre primero es intelectual. Si pensamos o juzgamos mal, actuaremos en consecuencia y pondremos la voluntad en un camino equivocado. El intelecto entonces lo usaremos para justificar nuestras acciones equivocadas. Debería ser al revés. La conciencia bien formada debe utilizar la inteligencia para discernir lo verdadero y lo bueno y poner la voluntad en orden a conseguirlo. De ahí que el juicio correcto sea el objetivo, el que está fuera de nosotros. Dios y Su ley nos dicen que es lo bueno para la persona. Nuestra inteligencia fue creada para discernirlo. Y nuestra voluntad para llegar a poner los medios para lograrlo, aún en contra de nuestros sentidos que, a veces nos pedirán lo contrario. ¿Cómo se educa en la templanza para que el hombre tenga el señorío y el temple propio de quien gobierna sus acciones? Un hombre que sea dueño y señor de su comportamiento, que tenga dominio de sí? ¿Cómo se educa para que el hombre no abdique de sí mismo, es decir, que no renuncie voluntariamente a comportarse como quien es, un hijo de Dios con un alma inmortal dentro de sí? Habrá que ir poniendo las bases desde la infancia para aprender a vivir sujetando nuestro accionar a la razón, en detalles aparentemente pequeños pero que, si no se educan y se corrigen, permitirán desórdenes con el correr de los años en todos los ámbitos.


Deberíamos ser enseñados, porque tenemos derecho a que se nos enseñe. Que se nos enseñe desde pequeños a que no se puede comer ni todos los caramelos que tengamos a la vista (porque nos harán mal) ni antes de almorzar (porque nos quitará el apetito) ni cuando mamá tenga el dinero solamente para comprar los alimentos básicos y no los superfluos.


Aunque no parezca, si aprendemos a controlarnos y negarnos pequeños placeres, haciendo renunciamientos desde niños, podremos adquirir el control de nosotros mismos al llegar a la edad adulta. Por eso hay que enseñar desde la niñez a distinguir los caprichos, los antojos o los gustos, de las cosas verdaderamente necesarias. Se trata de educar a la persona desde pequeña mostrándole lo que es bueno para ella y lo que realmente necesita y de todo aquello que pueda prescindir. De inculcar la serena aceptación ante las contrariedades y diferenciarlas de las que podemos o debemos prescindir. Por ej: un par de zapatillas que no necesitamos (aunque se usen a rabiar) el tiempo indefinido de la luz prendida en la habitación al irnos a dormir, un reloj de marca, un tercer celular nuevo o un segundo equipo de música. El controlarme ante estos apetitos desordenados, (aparentemente pequeños), es lo que me llevará más tarde a poder dominarme ante otros de mayores consecuencias (como puede ser una relación sexual prematrimonial o mucho más grave, una extra matrimonial). Para defender años más tarde valores importantes como la virginidad, la castidad o la fidelidad, tendremos que haber aprendido mucho antes a negarnos un caramelo o varios.


Esta costumbre (copiada de países como Estados Unidos e impuesta a rajatabla por la televisión) de comer todo el día, a toda hora y en cualquier lugar, (ya sea en la calle, por los pasillos del colegio, en el cine, en el auto, o mientras atendemos en un despacho de cualquier institución), es una manifestación de falta de dominio absoluto, de señorío, de saber esperar a hacer lo apropiado en el lugar que corresponde. Comer para vivir es bueno y necesario. Compartir la comida como una oportunidad para dialogar y comunicarse con los demás, para hablar de nuestra jornada, escuchar lo que ha pasado con la ajena y colaborar con nuestros consejos y experiencias es una costumbre cristiana. Invitar a nuestros amigos a nuestra mesa es además un signo de hospitalidad. Ahora, vivir para comer y además comer solo por la calle, por el pasillo de la universidad, en todo momento y cuando tengo "ganas", no sólo es un comportamiento vulgar y ordinario sino que es un atentado a la salud que no cumple con ninguno de los objetivos de nuestra cultura cristiana enunciados anteriormente.


Tampoco se les debe dar a los niños y jóvenes de todo (aunque materialmente se pueda) porque educar en la templanza y en el autodominio no es un problema de poder o no poder económicamente. Se trata de negarse de lo superfluo, de dominarse, de acostumbrarse a vivir con lo esencial.


Lo que está en juego es la formación de la persona. que deberá manejarse a través de la vida como quien es: un hijo de Dios consciente que las cosas y los placeres serán para él, si no los domina, como el agua salada, cuanto más se toman, mas sed producen. Erraremos el camino buscando en las cosas materiales y en los placeres desordenados saciar esa sed de Dios que tiene nuestra alma inmortal. San Agustín, siglo IV, entendió muy bien la clave de este problema con aquella célebre frase: "Señor, nos has hecho para Ti, y nuestro corazón estará siempre inquieto hasta que descanse en Ti"...


Educar la voluntad constituye la educación de las educaciones. Es un camino que nos exige fortaleza para ir venciendo cada una de las contrariedades con la que nos encontramos a través de la vida. Nos quejamos de lo exigentes que son los niños y los jóvenes con el tema de las cosas de marca. Es verdad, tanto a los chicos como a los adultos la revolución anticristiana nos bombardea con propagandas comerciales para que el hábito de consumir nos gane desde la infancia. Pero los primeros que caemos muchas veces en la trampa no son tanto los chicos como nosotros los padres y educadores. Lo mismo deberíamos hacer en el tema de las comidas, de las chucherías, de los antojos, de los programas, de las diversiones, del uso del teléfono (aunque podamos pagarlo) del tiempo (del cual habremos de rendir cuentas segundo a segundo) de la pequeña mortificación y señal de respeto que significa el esperar que un adulto termine de hablar sin interrumpirlo y del ejercicio de paciencia que necesitamos para esperar a que se sirva el resto en la mesa para empezar a comer, etc.


Los hijos aprenden mucho observando a los padres y a los adultos que los rodean, ya que hemos dicho que todos los adultos forman o deforman. Los niños observan si los adultos piensan antes de comprar algo, si son capaces de privarse de las cosas por más que puedan comprarlas (como un tapado de más o un auto último modelo). Si alguna vez ceden o no a sus caprichos personales. Si apagan las luces cuando se retiran del cuarto, si cuando compran exigen coherencia entre calidad y precio o pagan por cualquier cosa. Si beben y comen en exceso, si hablan horas interminables de estupideces por teléfono, si se pasan el día tirados mirando videos sin hacer nada útil. Si son incapaces de esperar hasta el horario de las comidas para comer o si picotean todo día. Si se compran todas las revistas de los quioscos, etc. Si cuidan y aprovechan bien de lo que tienen, si lavan con cuidado la ropa para que no se estropee y dure, si controlan los gastos y administran bien el dinero y la comida o gastan y dilapidan irresponsablemente. Si por ejemplo: para no tener que cocinar habitualmente compran comida hecha, si además la compran en exceso para después tirar la mitad (o porque se enfrió en el camino, o porque no saben aprovechar lo que quedó poniéndolo en el freezer).


Este despilfarro se agrava ante la falta de conciencia de que tantos millones se mueren de hambre. En la cultura cristiana el principio que transmitía el respeto reverencial a la comida era: "el pan es sagrado" y por lo tanto "la comida no se tira". De ahí que, a través de los siglos, la buena administración del hogar y especialmente en los alimentos era motivo de orgullo. Si sobraba comida uno debía tomarse el trabajo de que se aprovechara, de que lo aprovechara alguien. Pero no se tiraba por consideración a aquellos millones que no tienen que comer. Era un reconocimiento que si bien uno no podía solucionar el hambre del mundo, tenía presente (en la mente y en el corazón) a esos millones y respetaba a quienes no tenían que comer. Y con lo que sobraba en el hogar o se guardaba, o se podía solucionar las necesidades de algún "prójimo". El desperdiciar la comida, el no valorarla, el no saber optimizar los elementos que tenemos, no es cristiano. Clama al cielo.


Hay que sentir la experiencia de que se puede vivir bien con pocas cosas, para después moverse con verdadera libertad, aún en la abundancia cuando la haya. La templanza nos permitirá manejar nosotros desde adentro el timón de nuestras vidas y no ser manejados desde afuera.


Notas:
(1) "Teología de la perfección cristiana". Rvdo. P. Royo Marín. Editorial BAC. Pág 603.

(2) "Educar la conciencia" Colección de "Hacer familia" educar en valores. José Luis Aberasturi y Martínez. Ediciones Palabra. Pàg.167.



La fortaleza


La fortaleza es la "virtud cardinal infundida con la gracia Santificante que enardece el apetito irascible y la voluntad para que no desistan de conseguir el bien arduo o difícil ni siquiera por el máximo peligro de la vida corporal". (1)


Es la "disposición para realizar el bien, a costa de cualquier sacrificio y venciendo todas las dificultades".

Dicho en otras palabras, la fortaleza "es una virtud sobrenatural que da fuerzas al alma para correr tras el bien difícil, sin detenerse por el miedo ni siquiera por el temor de la muerte".


Los actos de la fortaleza son dos: emprender cosas arduas y soportarlas. Emprender es acometer, tomar el camino del bien para vencer, intentarlo, y tener la valentía para encararlo. Y soportar es tener a su vez la fuerza y la paciencia para resistir, tolerar y sobrellevar todas las dificultades y los sufrimientos, aunque sea la muerte.


La sociedad moderna está tan intoxicada moralmente y nos contraría tanto el sentido común que el obrar diariamente según la virtud se ha vuelto una empresa heroica. Hoy hacen falta virtudes heroicas para resistir a la propuesta general que nos impone la revolución anticristiana desde los medios de comunicación, los colegios, las universidades y las expresiones culturales de todo tipo.


Para educar en la fortaleza a los jóvenes habrá que insistir en inculcarles desde la infancia infinidad de actos pequeños. Habrá que escuchar llorar a la niña en vez de comprarle la décima muñeca que acaba de salir (aunque sea más fácil para nosotros comprársela) pero mucho más formativo y provechoso para ella quedarse sin ella. Habrá que negarse a cebarlo con caramelos para que se quede tranquilo y no grite, habrá que dejarlo a la hora de dormir en su dormitorio con las luces apagadas y no con toda una batería de luces para que no tenga miedo, habrá que enseñarles a comer lo que tienen delante y de todo y no "elegir" sólo lo que les gusta, etc.


Estos pequeños renunciamientos, de los cuales la vida cotidiana está llena, ordenan toda la vida de un niño y lo preparan para pruebas mayores que tal vez los esperen y habrá que poder superarlos virilmente. Ese era el sentido de la famosa frase que se decía antaño a los varones desde pequeños "los hombres no lloran"... En realidad los hombres pueden y deben llorar legítimamente sus tristezas cuando la causa lo valga. Tiene derecho a hacerlo. Lo que se trataba de transmitirles con estas palabras era un mensaje de fortaleza. De darles ánimo para desarrollar esa capacidad de mantener el dominio de sí frente a la adversidad, por su natural función de protector a la que el varón está llamado.


Como cabeza de familia a futuro, el varón deberá tener desarrollado el ejercicio de la fortaleza, para permanecer fuerte y transmitir seguridad a su alrededor. De saber sacar de circulación las grandes preocupaciones para resguardar la tranquilidad del ambiente familiar tan necesario para que los niños crezcan felices. Todos los niños deberían poder sentir esa maravillosa experiencia de la infancia que es cuando uno siente que su padre es el hombre más poderoso de la tierra...Y para esto hay que ser fuertes. La vida presenta muchos embates. Y quienes están llamados a estar al frente de (ya sea de una familia, de una comunidad religiosa, de una institución o de un país) tendrán que estar preparados para enfrentarlos. Y la fortaleza no se improvisa en la vida adulta, se debe ejercitar desde la niñez.


Pensemos en actos sencillos como:

 

Ofrecer y llevar nuestras penas y sufrimientos diarios en silencio y hasta con una sonrisa (resistiendo la tentación de hacernos las víctimas continuamente y ante todo el mundo).
No quejarnos por todo, por el frío, el calor, la humedad, los ruidos, la temperatura del agua, porque la ensalada tiene rabanitos y no nos gustan, por cada pequeña incomodidad.
Dominar el sueño, el cansancio, la rotura del auto, las inclemencias del tiempo (que contradicen nuestros planes).


Controlar nuestras ganas de reaccionar ante todos los comentarios vanos y superficiales que nos toca soportar (producto muchas veces de las limitaciones del prójimo).
Aceptar la llegada de una vida nueva (aún dentro del matrimonio bien constituido) en una sociedad que la condena.


Para después pasar a otros ya no tan sencillos como:


Saber guardar un secreto o confidencia sin sentir la necesidad imperiosa de levantar el teléfono y contárselo a todos. Muchas veces la vida nos presentará situaciones en las cuales deberemos guardar confidencias que nos habrán hecho corazones desbordados (pero que confiaron en nosotros) que debiéramos saber llevar hasta la tumba. Como: un tercer hijo que no es hijo de su aparente padre sino de un amante de su madre, una homosexualidad que no es conocida públicamente, una violación que ha sufrido una persona pero que quiere conservar como su secreto, etc. Ser capaces de romper una relación o noviazgo cuando no conviene o sabemos que no funciona y saber mantenernos firmes, con dignidad, sin llamar desbordados todos los días por teléfono o mandar docenas de mensajitos por el celular...


Conservar y defender la virginidad como Dios nos manda aunque la propuesta general sea de mofa y burla ante nuestros valores cristianos. Aceptar las contrariedades y lo que pueda ocurrirnos con fortaleza porque puede resultar una cruz muy pesada a través de toda la vida como: tener una mujer que resultó ser una haragana y no se hace cargo del hogar, que no sabe administrarlo y malgasta el sueldo de su marido. Una madre que descuida enormemente la educación de sus hijos y que obliga al padre a un doble esfuerzo (a hacer de padre y madre) durante años. Un marido que no se hace cargo de la responsabilidad de sostener su hogar, que tira el dinero en el juego o en sus gustos y caprichos desprotegiendo y rifando la seguridad de los suyos generando una enorme inestabilidad, etc. Un jefe con dinero pero indigno e incapaz que da órdenes caprichosas y humillantes pero que debemos soportar para llevar el sustento a nuestro hogar. Un superior de una comunidad religiosa a quien cuesta respetar por su conducta indebida pero que el voto de obediencia nos lo exige, etc.


Todas estas situaciones van surgiendo en las vidas de las personas. De ahí que debamos educar en el esfuerzo, en los proyectos que deben defenderse y llevarse a cabo (no los que se abandona en el camino) y estimular a los jóvenes a proponerse metas pequeñas pero reales que, aunque les cueste, valdrán la pena. Toda meta debe ser proporcionada para que sea atractiva, (como levantarse cuando suene el despertador, bañarse aunque el agua no esté lo caliente que quisiéramos, comer la comida aunque le falte sal) pero saber que nada valioso se consigue sin una enorme cuota de esfuerzo y superación personal, y que comienza desde el ejercicio de lo pequeño.


Por el contrario, "malcriar" es, como la palabra indica, criar mal. Es no limitar los deseos, es dar la impresión a un ser desde la infancia, de que todo le está permitido y a nada está obligado. La persona que crece en este desorden ni se fortalece ni adquiere la experiencia de sus propios límites.


Presionando desde la adolescencia sólo sobre sus derechos y no tomando en cuenta sus obligaciones (y mucho menos los derechos del prójimo) llega a creer que sólo él existe, y se acostumbra a no obedecer ni someterse a los demás, a no considerar a nadie como superior, con más jerarquía y autoridad. Si criamos mal, consintiendo en los caprichos, estaremos cercando a la persona en sí misma y construyendo futuros monstruos de egoísmo.


"La supresión de las obligaciones y de las contradicciones exteriores entrega al hombre a la tiranía de lo que hay de menos humano en él: sus apetitos inferiores, sus caprichos y, lo que es peor aún, su repugnancia al esfuerzo, que le sumen en un estado de indiferencia y de aburrimiento". (2) Recordemos que la felicidad es una puerta que se abre hacia fuera, hacia los demás. Leamos con voluntad de comprender este profundísimo texto que nos describe hasta qué punto es necesaria la fortaleza para prepararse a poder permanecer de pie como personas ante los embates de la vida.


...El cristiano necesita fortaleza. Jesús no lo disimula ni nos engaña y sentencia: "el que quiera ser mi discípulo que tome su cruz y que me siga". Jesús te invita a que le sigas por el camino del Calvario; y allá en la cumbre, junto a la cruz suya, te enseñará la tuya también. Los mandamientos son cruz. El matrimonio es cruz. La vida religiosa es cruz. El cumplimiento del deber, sea cual sea, es cruz. Toda la vida cristiana vivida según Dios es cruz y es martirio.


Y la perfección cristiana una cruz incomparablemente mayor. Para emprender el camino, para no desfallecer en él hasta la muerte, hace falta mucha fortaleza. Para escalar las cumbres de la santidad, la fortaleza tiene que ser heroica. Si quieres vivir cristianamente tendrás que vencer grandes dificultades. Las pasiones que se rebelan contra la ley de Dios. El demonio que dará asaltos furibundos. El respeto humano que hay que pisotear muchas veces: las burlas de las personas mundanas, el temor de desagradar a los amigos. La perfidia de los enemigos. Las molestias de los indiferentes. De cuando en cuando, una tormenta inesperada, que sacude el árbol, como si quisiera arrancarle de raíz.


Tienes que ser fuerte como el cedro del Líbano. Para eso te da Jesucristo la virtud de la fortaleza. El cedro es símbolo de la fortaleza por su resistencia a la acción demoledora del tiempo y a la violencia de los huracanes. ¿Cuál es la causa de esa fortaleza?


Resiste a la acción del tiempo porque su madera es incorruptible. Por esta cualidad del cedro, las joyas y los objetos preciosos se guardan en cajas de cedro, las estatuas se hacen con madera de cedro; el que quiera asegurar una existencia larga a un objeto lo fabricará con madera de cedro. Por todos los vasos de esa madera corre un óleo precioso que preserva de la caries y la polilla. Acaso es también fuerte el cedro porque sus hojas respiran el aire puro de las montañas y sus raíces beben el agua pura de la nieve que le rodea.


Se dice que la pureza es fuente de fortaleza. La Virgen fue la más fuerte porque fue la más pura. Exenta de todo pecado. Por sus venas corría sangre pura sin ardores de concupiscencia. En el Monte Calvario, durante la tormenta desencadenada por los pecados de los hombres, junto a la cruz de Jesús estaba su Madre, Reina de las vírgenes, y un solo discípulo, Juan, el discípulo virgen también... Cuanto más puras son las personas más fuertes son para soportar las penas del alma y los dolores del cuerpo... La fortaleza del cedro para resistir los vendavales y las tormentas, proviene también de sus raíces. Las raíces del cedro penetran profundamente en las entrañas de la tierra y se agarran como brazos de acero a la roca viva. Los vientos las sacuden, pero no le arrancan. Esas raíces profundísimas absorben el jugo de la tierra y con él alimentan y robustecen las vigorosas ramas para que ellas también resistan la furia de los vendavales.


Ahí está el secreto de la fortaleza de la Virgen... las raíces profundas de su fe... ¡Qué pocos cedros hay entre los hombres! Abundan más las cañas superficiales y quebradizas. La razón es porque no hay convicciones arraigadas en las almas. Los motivos de orden natural que son estímulos para obrar bien, qué fácilmente se resquebrajan: la dignidad humana, el buen nombre de la familia... Pero las raíces consistentes son los motivos sobrenaturales. El temor del castigo divino. La esperanza de un premio eterno... El amor agradecido a Jesucristo. Estas son las raíces profundas que sostienen al alma cuando la tormenta la sacude y el sufrimiento la ahoga. Pero estas raíces tienen que alimentarse con la meditación honda y constante de las verdades sobrenaturales.


La vida se va haciendo cada vez más superficial. Se vive de impresiones, no se vive de convicciones; y las impresiones son inestables. Cuanto más se fomenta la vida de los sentidos, menos abundan las almas de vida interior. Hay pocas personas que mediten; por eso hay pocos cedros robustos y muchas cañas que se quiebran con un viento ligero." (3)


El acto mayor visible de la virtud de la fortaleza es el martirio por nuestra fe, de los cuales la historia de la Iglesia está plagada de ejemplos. Para citar solamente uno lo citaremos a Santo Tomás Moro, Canciller de Inglaterra y gran amigo del rey Enrique VIII. "El rey quería conseguir legalmente del Papa Clemente VII, débil y vacilante, la anulación de su matrimonio con Catalina de Aragón, bajo pretexto religioso. La causa verdadera era la pasión hacia Ana Bolena, ambiciosa, carnal, y sin escrúpulos. Para ello Enrique mueve todos los peones: compra teólogos y canonistas, y consigue, con la ayuda de su secretario, Tomás Cromwell, que se dobleguen a sus deseos los obispos y el clero de Inglaterra que firman un documento de sumisión. Ante tanta intriga y cobardía, Moro renuncia a su cargo, entregando el Gran Sello, en 1532. El nuevo Arzobispo de Canterbury, Cranmer, declara por su cuenta nulo el matrimonio con Catalina y se celebra en Westminster la boda con Ana Bolena, encinta ya. Moro no asiste. Ante tanta cobardía se yergue la suave y viril energía de Moro, que sigue luchando en continua vigilia desde su retiro de Chelsea.


Clemente VII condena el segundo matrimonio del rey. Enrique VIII reacciona violentamente. Manda que se predique contra el Papa y se declara cabeza de la Iglesia Anglicana. El clero, excepto Fisher, cede por miedo. Moro sufre y vigila. Se proclama el Acta de Sucesión, por la que se confirma la independencia respecto de Roma. Moro es atacado, como árbol caído. Acata la autoridad civil del rey, pero no quiere ser infiel a su conciencia...Se niega con tenacidad y energía a firmar la parte religiosa del Acta de Supremacía, a pesar de las amenazas. Ve a los obispos, excepto Fisher, y a los clérigos que van a firmarla.


La actitud de Moro subleva a Enrique, pues se negaba la persona de más categoría del Reino. Al no querer ceder, es enviado a la Torre de Londres. Era el año 1534... Los detalles y confidencias que su hija Margarita captó y vivió en la Torre, los recogió luego fielmente su marido Roper en la vida que escribió sobre Moro. La soledad, las enfermedades, las tentaciones, la oración y la penitencia maduraban a aquel hombre, vigoroso en la fe e interiormente enardecido". (4)


Su hija Margarita (con quien se escribía) le pide "por piedad que ceda. Moro dice que no se lo permite su conciencia, que bien quisiera complacer al rey, pero en este conflicto no puede ceder. : "No podría poner en riesgo mi alma". (5) Sabemos que Moro fue despojado absolutamente de todo, de sus propiedades, familia, títulos y honores, aún de sus libros en la celda. Fue presionado en la cárcel aún por su mujer, quien lo presionaba para que cediera en aquel famoso diálogo del que nos cuenta la historia:

 

- " Tomás, cede y firma reconociendo al rey como cabeza de la Iglesia - le instaba su esposa Alicia.

 

A lo que Santo Tomás le contestó:

 

- Mujer ¿qué negocio me presentas?... Unos pocos años de vida terrena a cambio de una eternidad de gloria?..." 

 

- "¿Qué hacéis aquí, le dice Alicia, conviviendo con ratas y ratones? En Chelsea tenéis una hermosa casa, biblioteca, libros, galería, jardín, huerta y vuestra familia". Y el argumento más fuerte era: "Os negáis a firmar lo que todos los obispos y personajes de este Reino han hecho".

 

Tomás le respondió:


"¿No se halla esta casa tan cerca del cielo como la mía?".


A esta escena se suma la fortaleza demostrada por los monjes que también se negaron a firmar. La misma amenaza dirigieron a dos cartujos que tampoco quisieron ceder: "Si no os declaráis partidarios de la Reforma, haremos que os arrojen al Támesis". Ellos respondieron: "A nosotros lo único que nos importa es ir al cielo, y nos da igual llegar allí por tierra o por mar". (6)


"En 1535 fue juzgado y decapitado Fisher, recién nombrado Cardenal y obispo de Rochester que estaba en la Torre también. Poco después es juzgado Moro. Se confiesa fiel súbdito del rey, pero no quiere jurarle como Cabeza de la Iglesia. Es condenado a morir ahorcado, descabezado y descuartizado. Luego, por "clemencia del rey" fue sólo decapitado. Firme ya la sentencia, el acusado se vuelve acusador y aprovecha la ocasión, ante el Parlamento, para justificar su conducta, apoyada con el consentimiento de la Cristiandad, fuera de la Inglaterra oficial. A ellos en cambio les echa en cara de condenarlo con una ley injusta que aprobaron por miedo. Encargó que dieran una moneda de oro al verdugo. Terminó diciendo que moría "como buen súbdito del rey, "but God´s first", pero ante Dios". (7) Era el 6 de Julio de 1535. Santo Tomás, patrono de los gobernantes, pagó con su sangre su fidelidad a la fe, pero no hubiese podido resistir sin la virtud heroica de la fortaleza.


Su vida nos grita que la independencia y la soberanía de la conciencia son sagradas, y el eco resuena hasta el siglo XXI. No hay que doblegarse jamás ante las intrusiones injustas de los tiranos. Hay valores que están por encima de la propia vida. Pío XI lo declaró santo en 1935 en el cuarto centenario de su muerte, y el obispo Fisher fue canonizado también. El gesto de Santo Tomás Moro, del Cardenal Fisher y de los cartujos nos recuerdan los clásicos versos que pronuncia Pedro Crespo en "El alcalde de Zalamea": "Al rey la hacienda y vidal / se ha de dar, pero el honor / es patrimonio del alma / y el alma sólo es de Dios".


La fortaleza a su vez, para resistir los embates de la vida y de arremeter en las buenas empresas y en su debida proporción, para que sea virtud, debe estar regida por la razón e iluminada por la fe. Debe estar gobernada por la virtud de la prudencia para no correr peligro de caer en la osadía, que desprecia lo que le indica la prudencia y sale al encuentro del peligro sin reflexionar, de una manera desproporcionada como lo sería: tratar de apagar nosotros solos un bosque o un edificio en llamas.



Notas:
(1) "Teología de la perfección cristiana". Rvdo P. Royo Marín. Editorial BAC. Pág 588.

(2) "Educar para el trabajo". Antonio J. Alcalá. Ediciones Palabra. Pág. 227.

(3) "Luz" Meditaciones. Juan Rey. S. J Editorial Sal Terrae. Pág 1150.

(4) "Sin volver la vista atrás". Justo López Melús. Editorial G.M.S. IBERICA, S.A.Pág 49

(5) "Sin volver la vista atrás". Justo López Melús. Editorial G.M.S. IBERICA. S. A Pág. 49

(6) "Sin volver la vista atrás". Justo López Melús. Editorial G.M.S. IBERICA. Pág.50

(7) "Sin volver la vista atrás. Justo López Melús. Editorial G.M.S. IBERICA. Pág. 51.







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