sábado, 13 de noviembre de 2010

La apuesta de la Iglesia en el Bicentenario

 

Texto: Conferencia del Episcopado Mexicano

 

 

Todos los Obispos del país en comunión, a través de la Carta Pastoral titulada Conmemorar nuestra historia desde la fe, para comprometernos hoy con nuestra Patria, desean compartir con el Pueblo de México un ejercicio de discernimiento histórico de nuestra Nación, así como un mensaje de compromiso, fe y esperanza frente al futuro.

 

 Síntesis de la Carta Pastoral "Conmemorar nuestra historia desde la fe, para comprometernos hoy con nuestra Patria"

 

Todos los Obispos del país en comunión, a través de la Carta Pastoral titulada Conmemorar nuestra historia desde la fe, para comprometernos hoy con nuestra Patria, desean compartir con el Pueblo de México un ejercicio de discernimiento histórico de nuestra Nación, así como un mensaje de compromiso, fe y esperanza frente al futuro.

 

 

PARTE I: UNA MIRADA A LA PROPIA HISTORIA DESDE LA FE

 

En esta Primera Parte de la Carta Pastoral, la más larga de las tres que la componen, señalan que: "La gestación y el crecimiento de una nación es un proceso siempre prolongado y nunca totalmente acabado, con luces y sombras que hay que acoger con espíritu generoso y también agradecido hacia quienes contribuyeron a su realización" (No. 8).

 

(…) Los Obispos manifiestan por otra parte que "para acercarnos a la comprensión de la conciencia histórica de nuestra patria, debemos tener en cuenta que la fe católica ha sido un elemento presente y dinamizador en la construcción gradual de nuestra identidad como Nación" (No. 12). No sin antes recordar que "en nuestros pueblos, el Evangelio ha sido anunciado presentando a la Virgen María como su realización más alta.

 

Sin embargo, fue el Acontecimiento Guadalupano, el encuentro y diálogo de Santa María con el indígena Juan Diego, el que obtuvo un eco más profundo en el alma del pueblo naciente, cualitativamente nuevo, fruto de la Gracia que asume, purifica y planifica el devenir de la historia" (No. 11).

 

El desarrollo histórico de esta Primera Parte es muy rico, condensado y valioso. Inicia con un conjunto de reflexiones generales sobre estas dos gestas. De entre éstos, señalamos algunos subtítulos correspondientes a esta parte: Evangelización y Acontecimiento Guadalupano, La fe como elemento dinamizador, Catolicismo renovado y pensamiento ilustrado, Tres antecedentes de la Independencia, Post-independencia, Presencia del catolicismo social, Búsqueda de Justicia y democracia.

 

Posteriormente, desarrollan algunas particularidades que tienen que ver directamente con la participación de la Iglesia tanto en la Independencia como en la Revolución. Entre los temas que abordan de manera específica en el caso del primero, están: Reprobación del levantamiento, acusaciones y excomunión contra Miguel Hidalgo y José María Morelos, protagonismo de los laicos, Nación independiente e Iglesia libre, entre otros.

 

 Para la Revolución, entre los más importantes están: Despertar social católico, El Partido Católico y la "leyenda negra", Catolicismo social y liberalismo intransigente, el artículo 123 y la Rerum Novarum, entre otros. Entre los puntos que destacan sobre la reflexión que los Obispos hacen sobre la Independencia, pueden señalarse los siguientes:

 

a) La Iglesia novohispana se mantuvo siempre en comunión con la Sede Apostólica de Roma, aunque mediatizada por el Patronato regio, sobre todo en tiempo de las reformas borbónicas que exacerbaron la injerencia de la Corona en asuntos estrictamente eclesiásticos.

 

b) A mediados del siglo XVIII se produjo un sacudimiento político, religioso y social, motivado por la invasión de ideas y costumbres procedentes de la Revolución Francesa. Lo rescatable de este movimiento fueron los principios de la Declaración de los Derechos del Hombre. De estas corrientes de pensamiento se hará derivar el derecho a oponerse a toda opresión hasta lograr la liberación, resistiendo a la dependencia de la Corona española.

 

c) Ciertamente las reformas borbónicas incrementaron las cargas tributarias y la explotación; se adoptaron por otra parte medidas restrictivas a las prácticas religiosas sobre la ya menguada libertad de la Iglesia con el consiguiente aumento no sólo del descontento sino de la pobreza del pueblo. Entre tanto, el clamor contra el "mal gobierno" iba adquiriendo mayor resonancia, exacerbado por el caos producido por la deposición del monarca español, por la insensibilidad de los gobernantes y el despotismo reinante.

 

d) No fue fortuito el hecho de que el símbolo escogido por el movimiento libertario fuera el estandarte de Santa María de Guadalupe que, años más tarde, sería proclamada por Morelos como "La Patrona de Nuestra Libertad". Ciertamente, sin el ingrediente religioso, este movimiento o no se hubiera producido o habría tomado otro rumbo (No. 33).

 

e) La represión contra la Insurgencia continuó conculcando el derecho natural, el de gentes y el canónico. También continuaron los excesos de algunos insurrectos. Hubo víctimas inocentes por doquier. Proliferó el bandidaje y la lucha se volvió regional y persistente durante una década, lo cual muestra la profundidad de las heridas y lo grave de los males sociales. No es de extrañar que en este contexto numerosos clérigos y laicos clamaran por la paz, la reconciliación y el perdón.

 

f) En el proceso de consumación de la Independencia se ve disminuir notablemente el número de clérigos y se incrementa el protagonismo de los laicos católicos. Por lo demás, así lo exigía el mismo proceso de la lucha por la Independencia. La mayoría de los clérigos que participaron lo hicieron sobre todo en la consejería, la asesoría y el debate. La Iglesia participó en el homenaje de los caudillos insurgentes, recibiendo solemnemente los restos mortales de Miguel Hidalgo, de José María Morelos, y otros, en la Catedral Metropolitana de la Arquidiócesis de México (No. 42).

Con relación a la Revolución, los Obispos señalan que a finales del siglo XIX tuvo lugar un vigoroso renacimiento del catolicismo de impronta social, cuya expresión singular fueron las numerosas reuniones sociales, inspiradas en las enseñanzas del Papa León XIII, principalmente por la encíclica Rerum Novarum.

 

Como todo movimiento armado, la Revolución generó zozobra, sufrimientos y penas en el pueblo pobre, a quien se intentaba beneficiar. La guerra postrevolucionaria atrajo violencia singular y a la Iglesia Católica una persecución originada por la ideología liberal y atea de algunos que la impulsaron. El martirio sufrido por muchos cristianos permanecerá como testimonio de los acontecimientos.

 

Manifiestan que los católicos estuvieron presentes y participaron activamente en los inicios de la Revolución Mexicana de diversas maneras y en diversos grados, por ejemplo al lado de los movimientos y grupos sociales del momento: porfiristas, reyistas, maderistas, liberales y anarcosocialistas. Sin embargo, al sonar el llamado "campanazo político" al comienzo del siglo XX, su participación tuvo un mayor grado y significado (números 43 y 44).

 

A pesar de las hostilidades, manifiestan los Obispos, los católicos percibieron con razón el fruto de sus luchas en la redacción del artículo 123 de la Constitución, donde reconocieron la doctrina de la Rerum Novarum, que había sido su gran bandera a favor de la justicia social y de una patria mejor.

Para terminar esta parte de revisión histórica los obispos de México afirman que "con profunda gratitud, hemos contemplado la presencia de Jesucristo en la historia de nuestra Nación. Hemos valorado las acciones de muchos hombres y mujeres que con sus virtudes, e incluso sus defectos, han participado decididamente en la construcción y desarrollo de nuestra Patria, especialmente en los momentos más decisivos de la historia, como lo ha sido el Movimiento de Independencia y la Revolución Mexicana.

 

 

ARTE II: SERVIR A LA NACIÓN, COLABORANDO A CONSTRUIR UN PROYECTO CULTURAL DESDE LA FE

 

En esta Segunda Parte, que comprende treinta y ocho parágrafos, los obispos manifiestan que, en continuidad a los anteriores esfuerzos, e inspirados por las recientes enseñanzas del Papa Benedicto XVI, principalmente por su reciente encíclica social Caritas in veritate, y por la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe ("Aparecida"), ahora queremos proponer y ofrecer este nuevo esfuerzo, haciendo hincapié en el tipo de cultura que los discípulos de Jesús debemos fomentar para mostrar la vitalidad de la fe y para colaborar en la construcción de un proyecto nuevo al servicio de la Nación, en el momento actual.

 

Señalan que, antes de que la fe pueda reflejarse en la vida social, su itinerario natural exige pasar por el ámbito de la conciencia personal, de las convicciones, de los estilos de vida que lleven a una conversión, es decir a un "cambio de mentalidad" que transforme e impacte la propia vida y el entorno social. La cultura, indican es, "todo aquello con lo que el hombre afina y desarrolla sus innumerables cualidades espirituales y corporales".

 

La Nación Mexicana, afirman los obispos, es una realidad cultural que no puede ignorar que la fe en Jesucristo es una de sus más profundas raíces, que se manifiestan en buena parte en nuestro particular modo de ser como pueblo. No desconocemos, agregan, que en México existen otras raíces culturales u otras presencias sociales significativas que también contribuyeron a delinear el perfil de nuestro Pueblo.

 

Lo que deseamos señalar, es que el cristianismo, como experiencia presente, ha configurado y de hecho continúa configurando una parte importante de la vida personal y comunitaria de los mexicanos. Afirman por ello que: "La nación es una realidad socio-cultural anterior al Estado. Esto quiere decir que nuestra Patria no nace a partir del poder político y sus instituciones, sino que emerge gradualmente, a partir del siglo XVI, como una realidad mestiza a partir de los pueblos autóctonos que eran eminentemente religiosos, desde la nueva propuesta de los pueblos europeos y desde la experiencia cristiana.

 

La fe en Jesucristo logró que quienes se veían distantes y antagónicos, se reconocieran como hermanos. La fe en Jesucristo permitió encontrar puentes que nos acercaran y nos invitaran a privilegiar la reconciliación sobre el encono. La fe en Jesucristo ha colaborado a gestar un ambiente solidario entre los mexicanos, que hace que nuestra cultura posea un inmenso acervo de humanidad y calidez" (No. 65), todo ello gracias al Acontecimiento Guadalupano, que confirmó el mensaje dado por muchos grandes evangelizadores, y promovió entre otros el acercamiento al Verbo Eterno.

 

Estas consideraciones, nos dicen los Obispos, nos permiten comprender que la Nación Mexicana, entendida como una realidad cultural profunda, posee una soberanía anterior al Estado. De tal forma que acontecimientos históricos tan importantes, como la Independencia y la Revolución, deben ser interpretados en base a la continuidad del mismo pueblo que conforma esta Nación.

El sustrato cultural de este proyecto al servicio de la Nación, que debe construirse por todos los mexicanos, dicen los Obispos, debe "privilegiar tres características, desde las que se entreteje nuestra cultura: a) el anhelo humano legítimo que busca libertad y justicia, a partir de los reclamos que brotan de la naturaleza profunda de cada persona; b) una inspiración cristiana que anima a las personas a luchar en favor de la promoción humana individual y social con una perspectiva trascendente, y c) un diálogo plural con el conjunto de ideologías que no siempre coinciden con la propuesta cristiana, pero buscan también el desarrollo humano" (No. 67).

 

Vivimos, reconocen, en una sociedad plural. Por lo que la Iglesia Católica no pretende imponer un sólo modo de interpretar la realidad, sino que propone, con respeto a la libertad de cada persona, una cultura a favor de la vida y la dignidad de cada hombre y mujer que participa en la Nación Mexicana. También señalan que vivimos en un Cambio de Época en el que los grandes referentes de la cultura y de la vida cristiana están siendo cuestionados, afectando la valoración del hombre y su relación con Dios.

 

La mayor amenaza a nuestra cultura, afirman, está en querer eliminar toda referencia o relación con Dios. Algunos grupos identificados con un laicismo radical han buscado eliminar un horizonte trascendente de todo proyecto de futuro, provocando con ello un enorme vacío existencial, en tanto que no logran satisfacer los anhelos de realización y felicidad inscritos en lo más profundo del corazón humano:

 

Al abordar específicamente el tema de la libertad religiosa, señalan que se requiere de la vigencia completa del derecho humano a la libertad religiosa. Ésta la definen como el derecho de la persona que abraza no sólo a los creyentes sino aun a los no creyentes en su derecho a vivir con plena libertad las opciones que en conciencia se realizan sobre el significado y el sentido último de la vida.

 

El ejercicio de esta libertad incluye tanto la vida privada como la pública, el testimonio individual y la presencia asociada, con el único límite del respeto al derecho de terceros. Reconocen la necesaria separación entre el Estado y la Iglesia, lo que no implica desconocimiento o falta de colaboración entre ambas instituciones.

 

Al contrario, afirman que son particularmente conscientes, que el Estado y la Iglesia, cada uno a su modo, deben encontrar caminos de colaboración que les permitan servir a las personas y a las comunidades. Señalan también que este derecho no debe ser interpretado jamás como una búsqueda de privilegios por parte de ninguna confesión religiosa (Números 81 y 82).

 

 

 

PARTE III: PROTAGONISTAS TODOS, EN LA CONSTRUCCIÓN DE UN FUTURO CON ESPERANZA

 

En esta parte, los Obispos señalan que la Iglesia tiene el derecho de participar, a través de sus ministros y fieles laicos, según sus propias funciones y responsabilidades, en la construcción de la cultura de la vida, aportando lo que les es más propio, a partir de la cosmovisión del mundo y sobre todo de la concepción que del hombre tienen, que se caracteriza por su trascendencia, su dignidad inviolable y su realización eminentemente social:

 

"Es nuestra visión del hombre la que queremos ofrecer, en tanto que reconocemos que él es el medio, sujeto y fin de toda cultura, de toda actividad humana y dinámica social. Posee derechos que emanan de su propia naturaleza, que siempre se le deben respetar. El cristianismo, además, adiciona aspectos que presuponen la fe. La dignidad del hombre para nosotros no sólo se deriva de su naturaleza, sino de su calidad de hijo de Dios, así como de haber sido redimido por Cristo y llamado a la felicidad eterna" (No. 100).

 

Señalan que la cultura moderna, sin negar todos los beneficios que de ella tenemos, se ha caracterizado principalmente por un deseo desmedido de autonomía del hombre, lejos de referencia trascendente alguna.

 

Hoy, dicen: "presenciamos manifestaciones culturales que hunden sus raíces en la crisis del sujeto que es cada vez más egocéntrico, contradictorio consigo mismo en tanto que busca afirmar 'sus propios derechos', rechazando todo elemento objetivo. La verdad en este contexto cultural tiene una connotación negativa, asociada con conceptos tales como dogmatismo, intolerancia o imposición" (No. 104).

 

Los obispos dicen estar convencidos de que "el hombre debe reconocerse creado y partícipe de una realidad mucho más amplia que una visión individualista, relativista y egocéntrica. Por ello, no puede pretender regir su vida sin dar cuenta, objetivamente, de sus razones y de su comportamiento. La superación de una visión fragmentada de la realidad, apoyada en un relativismo con que interpreta su propia naturaleza, sólo puede ser lograda a la luz de la razón humana llamada a conocer la verdad, y a la luz de la Revelación Divina que se manifiesta al corazón humano como plenitud del amor en Jesucristo" (No. 105).

 

Nuestra conciencia, afirman, "debe mantenerse sensible frente a los nuevos rostros de pobreza y a los rezagos históricos de nuestro País. Dentro de los nuevos rostros de pobreza, nos afligen y preocupan sobre todo los millones de migrantes que no han encontrado las oportunidades para una vida mejor y se ven obligados a dejar lo más propio, una familia, un pueblo, o incluso la Patria que los vio nacer.

 

Los desempleados, víctimas de la economía utilitarista; los campesinos desplazados por no pertenecer al mundo de la tecnología y del mercado global, y los indígenas, que siguen siendo los grandes excluidos del progreso y objeto de múltiples discriminaciones. Los niños en condición de calle en las ciudades y la situación de muchos jóvenes y adolescentes que desde su temprana edad son reclutados por el crimen organizado para participar en actividades ilícitas, sembrando en ellos gérmenes de maldad" (No. 112).

 

Señalan que, los ideales de libertad, justicia e igualdad, por los que lucharon nuestros compatriotas en la Independencia y la Revolución Mexicana, nos siguen interpelando hoy con mayor fuerza. "Somos una sociedad marcada por graves y escandalosas desigualdades sociales y por nuevos rostros de violencia criminal que impiden nuestra reconciliación" (No. 114). Solamente bajo la lógica de la justicia, la caridad y la verdad, concluyen, seremos capaces de colaborar en la construcción de una sociedad solidaria y fraterna.

 

Ante esta realidad que nos apremia en el tiempo presente, los Obispos proponen a todos los sectores que conforman la sociedad, asumir tres prioridades fundamentales en el camino de nuestro desarrollo como Nación:

 

a) Queremos un México en el que todos sus habitantes tengan acceso equitativo a los bienes de la tierra. Un México en el que se promueva la superación y crecimiento de todos en la justicia y la solidaridad; por lo que necesitamos entrar decididamente en un combate frontal a la pobreza.

 

b) Queremos un México que crezca en su cultura y preparación con una mayor conciencia de su dignidad y mejores elementos para su desarrollo, con una educación integral y de calidad para todos.

 

c) Queremos un México que viva reconciliado, alcanzando una mayor armonía e integración en sus distintos componentes sociales y con sus diferentes orientaciones políticas, pero unificado en el bien común y en el respeto de unos y otros.

 

 

CONCLUSIÓN: UNA MIRADA DE ESPERANZA

 

Los Obispos señalan finalmente en las conclusiones que su mirada hacia el futuro está llena de esperanza porque somos un pueblo con una gran riqueza humana y cristiana. Nuestras raíces, nuestra historia y nuestra cultura nos piden estar a la altura de nuestros antepasados. A los creyentes, por otro lado, les recuerdan los Obispos que nuestra esperanza está fincada, más allá de nuestras posibilidades humanas, en sí mismas valiosas, en la firme voluntad divina, manifestada en Jesucristo, de conducir la historia de la humanidad hacia la plenitud de la vida y la salvación. Nuestra esperanza, afirman, es sobre todo, esperanza en Dios (números 136 y 137).

 

Confiados en el valor de la oración exhortan a dar gracias a Dios por todos los beneficios que ha recibido nuestra patria, a pedir perdón por las infidelidades de sus miembros, a hacer sufragios por los que murieron en luchas sangrientas, así como pedir la gracia y creatividad en la caridad necesarias para impulsar junto con todos los mexicanos, un verdadero desarrollo para nuestro país. Finalmente invitan a unirse en plegaria con la oración que la Santa Madre Iglesia nos propone, en la Solemnidad de nuestra Señora de Guadalupe, "Patrona de nuestra Libertad" (No. 140).

 

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