Por: Querien Vangal
Febrero / 2010
A menudo el progreso de la sociedad, sus cambios en los modos de pensamiento, y los efectos que provoca, nos obliga a replantearnos el papel de la tradición dentro de la misma.
El Papa Pío XII tiene un documento magistral sobre lo que es la verdadera tradición.
El Pontífice comienza mostrando que la tradición no es estagnación. "Muchos espíritus, aun sinceros, imaginan y creen que la tradición no es sino un recuerdo, el pálido vestigio de un pasado que ya no existe ni puede volver; que a lo sumo ha de ser conservado con veneración, hasta con cierta gratitud, relegado a un museo, que unos pocos aficionados o amigos visitarán.
"Si en esto consistiera o a ello se redujese la tradición, y si implicara en la negación o el desprecio del camino hacia el porvenir, habría razón para negarle respeto y honores, y habrían de ser mirados con compasión los soñadores del pasado, retardatarios frente al presente y al futuro. Con mayor severidad aún deberían ser vistos quienes, movidos por intenciones menos respetables y puras, no son sino desertores de los deberes que impone una hora tan dolorosa.
Y continúa explicando que la tradición marca el rumbo al verdadero progreso: "Pero la tradición es algo muy distinto del simple apego a un pasado ya desaparecido; es lo contrario de una reacción que desconfía de todo sano progreso. La propia palabra, desde un punto de vista etimológico, es sinónimo de camino y avance.
"Sinonimia, no identidad. Mientras, en realidad, el progreso indica tan sólo el hecho de caminar hacia adelante, paso a paso, buscando con la mirada un incierto porvenir, la tradición significa también un caminar hacia adelante, pero un caminar continuo, que se desarrolla al mismo tiempo tranquilo y vivaz, según las leyes de la vida, huyendo de la angustiosa alternativa: "Si jeunesse savait, si vieillesse pouvait!" ([1]) semejante al de aquel Señor de Turenne, de quien se dijo: "Il y a eu dans sa jeunesse toute la prudence d"un Ãge avancé, et dans un Ãge avancé toute la vigueur de la jeunesse" (Fléchier, Oración fúnebre, 1676). ([2])
"Gracias a la tradición, la juventud, iluminada y guiada por la experiencia de los ancianos, avanza con un paso más seguro, y la vejez transmite y entrega confiada el arado a manos más vigorosas que proseguirán el surco comenzado. Como lo indica su nombre, la tradición es el don que pasa de generación en generación, la antorcha que, a cada relevo, el corredor pone en manos de otro, sin que la carrera se detenga o disminuya su velocidad.
"Tradición y progreso se completan mutuamente con tanta armonía que, así como la tradición sin el progreso se contradice a sí misma, así también el progreso sin la tradición sería una empresa temeraria, un salto en el vacío".
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