Por: Ana Teresa López de Llergo
Mayo / 2009
Hay dos palabras que nos indican procedencia, protección, vínculo entrañable: padre y madre. Cada una tiene su campo de acción y están enlazadas, la primera con el varón, la segunda con la mujer.
El padre es patriarca y tiene que ver con la patria, con ese amplio espacio vital donde se encuentra acogida y pertenencia.
La madre es matriarca, es matriz, conforma, acompaña en el crecimiento, acoge y guarda hasta que la prole pueda emanciparse. Otros vocablos emparentados con la palabra madre ayudan a entrever la riqueza de las funciones de una mujer: progenitora, ascendiente, mamá, matrona, señora, superiora. Es causa y origen de alguien de su misma especie.
En sentido más amplio, se habla de madre al cauce de un río… y aquí se encierra la idea de conducir, de señalar el camino. Por eso, una maestra es también madre.
La maternidad es la característica profunda y distintiva de toda mujer. Ejercer esta función tiene variadísimos aspectos y el propósito de estas líneas es disertar sobre este panorama.
La madre biológica es aquella que engendra un hijo. Deja hacer en ella a un nuevo ser, lo acoge, lo siente, se relaciona con él y lo impulsa a desprenderse de ella cuando ha llegado a término el proceso de la primera formación. Luego lo recibe, lo abraza y le presta todos aquellos servicios indispensables para el sano crecimiento.
Esa madre nunca termina de serlo aunque el hijo ya sea un adulto y haya adquirido su propia autosuficiencia. Este es el proceso normal de la díada madre-hijo(a).
Hay casos sumamente dolorosos cuando, por motivos difíciles, se rompe artificialmente esa díada, por ejemplo, cuando se trata de un hijo no deseado y la mujer interrumpe el proceso de desarrollo y aborta. De todos modos es una madre que cargará con la decisión de hacerse antimadre, pero la maternidad ya se dio y deja una huella imborrable.
Hay madres adoptivas, cuando no se ha dado el proceso biológico y, sin embargo, se desea cubrir las funciones propias de la maternidad: cuidar, guiar, enseñar, impulsar... acompañar. Así, hay mujeres que toman como suyos a hijos de otros y les quieren como si los hubieran engendrado.
Una variedad de estas madres son las madrinas que prestan ayuda a las madres y se hacen cargo de algunos aspectos de la educación de los hijos de otros. Muchas veces, hacen este papel las abuelas, a quienes en algunas familias les llaman mamá grande.
Aunque la palabra madrastra en algunos ambientes tiene un sentido peyorativo debido a casos muy tristes, cuando llevan bien su papel, estas mujeres son extraordinarias. Quieren a los hijos del matrimonio anterior de su esposo como suyos, y hacen las veces de la madre difunta y prolongan la atención y los cuidados que esa dolorosa separación causó en la prole.
Para que todos estos tipos de maternidad se den en plenitud, tienen que estar acompañados de la maternidad espiritual en la que se cuida de los aspectos íntimos del desarrollo de los niños y de los jóvenes.
Ya no es solamente el desarrollo del cuerpo, sino también el del alma el que debe interesar. Entonces los cuidados son mucho más profundos, se busca la adquisición de virtudes para formar hombres y mujeres de bien.
Por eso, también hay mujeres que sin haber tenido la experiencia de la procreación, son madres pues prestan servicios muy íntimos y profundos a los demás. Es el caso de las maestras, de las enfermeras, de las médicas. Las primeras alimentan la inteligencia al compartir sus conocimientos y al inducir a la búsqueda de la verdad.
Las médicas y las enfermeras acompañan a las personas en momentos de debilidad, les curan, les enseñan a salir de la enfermedad y a cuidar la salud de acuerdo a sus condiciones. Son auténticas madres pues entregan buena parte de su vida a consolar y a poner en buenas condiciones a quienes pasan por esos momentos de precariedad.
Toda mujer está dotada para la maternidad, aunque, a veces, por falta de instrucción o por otros motivos, no se ha podido vivir esta función en toda su plenitud. Sin embargo, cuando se cae en cuenta de esto y se quiere rectificar, nunca es tarde para recomenzar.
En la actualidad se cuenta con muchos medios para ponerse al día. Hay buenos libros, hay cursos para padres de familia, existen los orientadores familiares, etcétera.
Lo importante es reconocer los fallos, querer recomenzar y realizar los propósitos. Especialmente quienes han tenido la desgracia de caer en la antimaternidad,si reconocen su falta y seriamente buscan rectificar, pueden encontrar en su corazón un camino de redención y pueden tener mucho más peso para aconsejar a otras personas que estén a punto de cometer lo que ellas hicieron y ayudarles a evitarlo.
Todo lo bueno resplandece y la maternidad produce en toda mujer una belleza innegable, llena de majestad.
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