En México, según las estadísticas, 90% de los habitantes se dice cristiano, pero si, cuando menos, la mitad verdaderamente lo fuera en los hechos de sus vidas, otro México sería. Del dicho al hecho hay mucho trecho.
Por: Querien Vangal
Agosto / 2010
El título resulta un tanto cuanto negativo, pero existe hoy día un cristianismo vergonzante, poco valiente, trufado de relativismo, deslumbrado por la ciencia experimental que en ocasiones sólo es base de una teoría no demostrada; dudoso de si trata de vivir algo bueno pero aburridísimo; y arrinconado por un laicismo rampante y viejo, aunque expuesto como dogma imprescindible para la convivencia democrática. Algunos han logrado que en bastantes ambientes no se mencione a Dios ni para despedirse, ni se hable de las preguntas fundamentales en torno al hombre -de dónde vengo, adónde voy, el más allá, la muerte, el sentido de la vida-; muchos se han convencido con el pensamiento de que el cristiano no debe imponer sus ideas -cosa bien cierta-, pero aceptan como obligatorias las anticristianas, que acabamos viendo como lo moderno. Desean ser razonables, pero esconden a Dios o lo pretenden con cabida en sus mentes y actuando como ellos decidan. Nos citan a Galileo y nos callan.
Es imposible abarcar lo que nos acompleja; lo escrito anteriormente son unas pinceladas de lo que podríamos llamar el secuestro de Dios incluso en las mentes y vidas cristianas. Somos prisioneros de unos tópicos bien manejados y con algún fundamento en comportamientos inadecuados para un seguidor de Cristo, pero que en modo alguno invalidan su doctrina ni modo de ser. Podríamos preguntarnos qué es ser cristiano y cómo se debe mostrar; ir a buscar nuestra quintaesencia y no quitarle ni un pelo por más que seamos débiles. Frágiles, sí, pero sabiendo lo que somos y lo que hemos de vivir, aunque hayamos de rectificar en muchas ocasiones.
¿Que nos lleva el tratar de ser buenos cristianos y se seguir la doctrina de un hombre que predicó el bien para todos con el ejemplo? Nos lleva a amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, a dar de si antes de pensar en sí, e no hacer a nadie lo que no queremos que no hagan a nosotros mismos. ¿Es esto malo? Si en nuestro país, tan sólo la mitad de ese 90%, que según el INEGI se dicen cristianos, realmente lo fuera y practicaran la doctrina de Cristo, sin lugar a dudas otro gallo nos cantaría. La gran mayoría, no digo todos porque sería injusto con una minoría verdaderamente cristiana, hablan de Cristo de dientes para fuera.
Como es sabido, las fuentes de lo revelado por Dios al hombre -ahí se contiene lo que somos- son la Sagrada Escritura y la Tradición custodiadas por verdaderos cristianos. Lo que Dios ha manifestado de Sí Mismo, del hombre y de su destino está en esos dos manantiales, con el natural cuidado de la Providencia para evitar interpretaciones de parte o simplemente erradas. Eso es el Magisterio de la Iglesia, de esa Iglesia conformada por todos los cristianos, no el Clero que tanto daño ha hecho al verdadero cristianismo: la custodia e interpretación del depósito de la fe, como lo llama muy adecuadamente san Pablo. El cristianismo no es una "religión del libro", sino la religión de la Palabra de Dios, "no de un verbo escrito, mudo e impuesto a ciegas, sino del Verbo encarnado y vivo", como lo enseñó y practicó Jesucristo.
Volvamos a la pregunta: ¿qué es ser cristiano? Y lo primero que permanece claro es que no somos seguidores de una palabra muerta, sino discípulos de un Maestro, que enseñó con el ejemplo una doctrina que, por donde quiera que se le vea, lo único que busca es el enaltecimiento del ser humano. Escribió san Pablo a los romanos: "la creación espera ansiosa la manifestación de los hijos de Dios". Esto puede no entenderse o no creerse por carecer del don de la fe, pero un cristiano es otro Cristo -un hijo de Dios en Cristo por la fuerza del Espíritu- al que toda la creación espera con dolores de parto -dice gráficamente el Apóstol- hasta ver a Cristo formado y actuando en cada uno, para que, sin complejos, viva con la mayor honradez posible lo que en verdad es, algo no realizable sin la gracia de Dios y sin la libertad humana. Con esta fuerte razón teológica, se puede afirmar: "el que no se sabe hijo de Dios, desconoce su verdad más íntima". Ahí radica la identidad cristiana y de ahí deriva nuestro comportamiento apropiado. Esa verdad de ser hijo de Dios en Cristo ha de penetrar la vida entera, ha de dar sentido al trabajo, al descanso, a la amistad, a la diversión, a todo. No podemos ser hijos de Dios sólo a ratos, aunque haya unos momentos dedicados a considerarlo, a penetrarnos de ese sentido de nuestra filiación divina, que es la médula de la piedad. Conocer la verdad no quita libertad, la da. La libertad se pierde en la ignorancia.
Si volvemos a las consideraciones iniciales, comprenderemos que no tiene sentido vivir un cristianismo acomplejado; en todo caso, hemos de moderar el buen complejo de superioridad nacido de lo que realmente somos. Pero no por sentirnos más que nadie, sino por experimentar con sencillez la fuerza de saberse y ser hijo del Padre nuestro que está en los cielos, por la identificación con Cristo, cosa que no sucede de ningún modo mágico: se adquiere por los hechos de la propia vida, se vive con las luces y el empuje de la oración, y requiere lucha, empeño constante para vivirlo en todo momento. "Hay que ser conscientes de esa raíz divina, que está injertada en nuestra vida, y actuar en consecuencia".
No hay comentarios:
Publicar un comentario