miércoles, 27 de enero de 2010

Juan Ramón de la Fuente

Paladín de la "verdad"                                                            

 Pot: Walter Turnbull

Enero / 2010

 

Hace unas semanas, el partido Convergencia entregó el premio Benito Juárez García a ese ganador de mil batallas, poseedor de mil talentos y conquistador de mil títulos y reconocimientos en ciencia, medicina y educación: el inexorable Juan Ramón de la Fuente.

 

Hacía unos días que Veracruz se había convertido en el estado número 17 en asentar en su jurisdicción el respeto a la vida "desde el momento de la concepción", cosa, por cierto, avalada por la Constitución Mexicana y que convierte a este grupo de estados en mayoría dentro del panorama nacional.

 

Aprovechando el discurso de recepción, nuestro flamante liberal —no nos podía fallar— persistió en su contumaz, irracional y absurda campaña por combatir la fe cristiana y el derecho a practicarla.

 

El discurso fue corto pero elocuente. Desveló en unas pocas frases una buena cantidad de los prejuicios y falsos dogmas, fruto de la enajenación ideológica que ocupa la mente de este ilustre intelectual. Repasemos algunas.

 

"La aprobación de leyes antiaborto por parte de estos estados constituye un serio embate al Estado laico" (socava el Estado laico, dicen otras narraciones). Por principio no es una opinión, una expresión de disgusto o de desacuerdo, a las que tendría todo el derecho, sino una severa denuncia, como si los legisladores hubieran cometido una falta evidente o un delito legal. Y no, sucede que no cometieron ni lo uno ni lo otro. Solamente contrariaron al señor De la Fuente.

 

Para continuar, da por sentado que solamente los creyentes pueden defender el valor de la vida, y niega a los agnósticos y a los ateos de buena voluntad la capacidad de hacerlo. Me halaga su creencia, porque reconoce, sin proponérselo, que es de la religión, y más específicamente de la religión cristiana, de donde han surgido ideas como la igualdad entre los hombres, el derecho a la libertad, el respeto a la integridad y a la propiedad del vecino, la dignidad de la mujer, el respeto a los hijos, la fidelidad en el matrimonio, la humanidad de los indígenas y los negros, la ayuda al necesitado, la tolerancia a los defectos del próximo, etcétera.

 

Sin embargo, en estos tiempos, en que esas ideas ya han trasminado la cultura, esa creencia es falsa: hoy en día ya hay muchos no cristianos que afortunadamente sí respetan la vida.

 

De la Fuente da por sentado también que es ilícito (embate a la laicidad) plasmar las convicciones religiosas en las leyes y las costumbres.

 

La verdadera laicidad consiste en que los mandos religiosos no sean los mandos políticos, ni viceversa, como sucedía en culturas ancestrales o sucede actualmente en países islámicos o en los gobiernos de izquierda, en donde el ayatolá gobierna el país o el partido comunista impone al pueblo sus propias creencias. La verdadera laicidad se trata de que entre gobierno e iglesias exista una respetuosa independencia.

 

La democracia, por su parte, consiste en que la mayoría del pueblo, representada por sus legisladores, plasme en sus leyes lo que éste cree que es saludable para la convivencia social, y en esa acción expresa sus creencias y convicciones sin importar de dónde vengan, con tal que convengan a la mayoría.

 

El señor De la Fuente, sin embargo, piensa que si las ideas tienen su fuente en la religión, los legisladores tienen prohibido plasmarlas en las leyes, aunque sean buenas y sean las mismas que tiene la mayoría del pueblo. Su idea es que los legisladores, si tienen convicciones religiosas, deben legislar en contra de sus convicciones, o que quienes tienen convicciones religiosas no tienen derecho a legislar.

 

No repara en que si ésta fuera la norma, no habría leyes que defendieran la igualdad, ni la dignidad de la mujer, ni el derecho a la propiedad, ni ninguno de esos aspectos ya mencionados, todas ellas emanadas de la religión.

 

No repara tampoco en que los principios nacionalistas, liberales, revolucionarios o izquierdistas también son creencias doctrinales, subjetivas, dogmáticas, emanadas de una deidad representada por el partido, la academia, la ideología o la historia oficial. Eso lejos de ser laicidad es persecución religiosa disimulada y lejos de ser democracia es dictadura disfrazada, con la que ––por cierto–– el señor De la Fuente siempre ha tenido una entrañable relación.

 

Para continuar, da por sentado que el considerar principios religiosos al crear leyes es una intromisión de la Iglesia en la política, cuando en realidad ningún sacerdote ni obispo tiene ningún puesto en el gobierno. Un buen gobernante a veces tiene que aplicar recomendaciones de expertos en salud, y no por eso se piensa que la academia de medicina esté interviniendo en política. Los médicos solamente dan consejos basados en su ciencia y si todos los practicamos nos va mejor. Lo mismo hace la Iglesia.

 

Como extensión del anterior prejuicio, obviamente da por sentado que todo principio religioso es de por sí dañino, prohibitivo, pernicioso. No repara en que los pueblos que durante muchos años fueron cristianos son hoy pueblos demócratas, civilizados, desarrollados, y los pueblos que combatieron la religión hoy son ejemplo de pobreza, injusticia y violación de los derechos humanos. Esta postura es completamente anticientífica, ya que niega caprichosamente lo que la ciencia de la historia se empeña en demostrar.

 

Y sigue "la tempestad de frases vanas, de aquellas tan humanas que hayan en todas partes acomodo" ("El Brindis del Bohemio"): "El Estado laico no puede asumir una interpretación única del mundo". Esta es una idea muy de moda, muy políticamente correcta: nadie tiene la verdad, nada es verdad, cada quien piense lo que quiera, todo se vale. Suena muy comprensivo, pero es absurdo.

 

Un Estado no puede aceptar al mismo tiempo que no se vale robar y que sí se vale; que no se puede matar y que sí se puede. Al crear una ley, se tiene que asumir una interpretación del mundo. Tenemos que procurar, en todo caso, que la ley no afecte los legítimos reclamos de las minorías y que no sea siempre la misma interpretación, sino que pueda variar, según lo que quiera en ese caso la mayoría. No es infalible pero es la mejor opción hasta la fecha.

 

Se le llama "democracia", y es lo que han aplicado estos legisladores: en esta ocasión la mayoría de los estados decidió asumir la interpretación cristiana del valor de la vida humana. No es "imponer a todos las creencias de unos", es promulgar para todos una ley acorde a los principios de la mayoría y que desafortunadamente es irreconciliable con las creencias de otros.

 

Y por cierto, esa imposición de creencias de una minoría a una mayoría no parece haberle molestado a De la Fuente cuando la practicó el gobierno del DF. Termina el párrafo diciendo: "Como tampoco se puede impedir practicar una religión". Menos mal, pero siento que le faltó agregar: "aunque nada perdemos con intentarlo".

 

Una presunción más: "A quienes 'hoy se empeñan en sepultar nuestra historia', les recordó que Benito Juárez conformó un Estado civil moderno, inspirado en un liberalismo auténticamente mexicano...". ¿Pero es que alguien ha comprobado que Juárez es infalible? ¿Fue su actuación incuestionablemente exitosa? ¿Se nos puede imponer a todos la misma creencia religiosa?

 

Si no lo sabe el señor De la Fuente, hay muchos que ven en Juárez a un Dios y en su doctrina una religión, pero hay otros hoy en día, y los había entonces, que opinan diferente. Y la opinión de ellos es tan válida como la suya. Para él el argumento radical, la verdad inapelable, es la doctrina y la actuación de Juárez. Y todos tenemos que creer lo mismo. Me queda clarísimo que el que empieza por rechazar al Dios verdadero, termina por creer en uno falso.

 

Ramón de la Fuente no es el único, ni el primero, tal vez sólo el más obcecado representante de la corrección política moderna: "Tolerancia para todos menos para los católicos, toda verdad es respetable menos la de los católicos, democracia para todos menos para los católicos. Laicidad es que la religión se vuelva inoperante, como quisiera yo, y democracia y pluralidad es que todos voten por lo que a mí me gusta. Lo demás es fundamentalismo y autoritarismo". Así sí cobran sentido y se entienden sus declaraciones.

 

 

 

«La vanidad es la gloria de los pobres de espíritu»

No hay comentarios:

Publicar un comentario