miércoles, 27 de enero de 2010

¿Subes o te quedas?

Por: Querien Vangal

 

¿Qué decir a los hombres sobre ella? ¿Qué te dirás a ti mismo? La Ascensión clava nuestra esperanza de forma inviolada en nuestra propia felicidad eterna. Así como Jesús, tu Hijo, el Hijo de José y María, ha subido con su cuerpo eternizado a la patria de los justos, así el mío y el de mis hermanos, el de todos los fieles que se esfuercen, subirá para nunca bajar, para quedarse para siempre allí.

 

La Ascensión, además, es un subir, es un superarse de continuo, un no resignarse al muladar. Subir, siempre subir; querer ser otro, distinto, mejor; mejor en lo humano, mejor en lo intelectual y en lo espiritual. Cuando uno se para, se enferma; cuando uno se para definitivamente, ha comenzado a morir. Se impone la lucha diaria, la tenaz conquista de una meta tras otra, hasta alcanzar la última, la añorada cima de ser santo. Esa es mi meta, esa es mi cima. ¿También la tuya?

 

Al ascender al cielo Jesús no pensaba sólo en su triunfo; quería que todos los hombres subieran con Él a la patria eterna. Había pagado el precio; había escrito el nombre de todos en el cielo, también el tuyo y el mío. El cielo es mío, el cielo es tuyo. ¿Subimos o nos quedamos? ¿Eterno muladar o eterna gloria? Voy a prepararos un lugar. ¡Con qué emoción se lo dijiste! Dios preparando un lugar, tu lugar, en el cielo.

 

Dios creó al hombre, a ti y a mí, para que, al final, viviéramos eternamente felices en la gloria. Si te salvas, Dios consigue su plan, y tú logras tu sueño. Entonces habrá valido la pena vivir...

 

¡Con cuanta ilusión Jesús hubiera llevado a la gloria consigo a sus dos compañeros de suplicio! Pero sólo pudo llevarse a uno. Porque el otro no quiso...

 

Si Cristo pudiese ser infeliz, lloraría eternamente por aquellos que, como a Gestas, no pudo salvar. Jesús lloró sobre Jerusalén, Jesús ha llorado por ti, cuando le has cerrado la puerta de tu alma. Ojalá que esas lágrimas, sumadas a su sangre, logren llevarte al cielo.

 

Si tú le pides con idéntica sinceridad que el buen ladrón: "Acuérdate de mí, Señor, cuando estés en tu Reino", de seguro escucharás también: "Estarás conmigo en el Paraíso". Y así, el que escribió tu nombre en el cielo podrá, por fin, decir: "Misión cumplida".

 

Dios es amor. El cielo lo grita. Lo ha demostrado mil veces y de mil formas. Te lo ha demostrado a ti; se lo ha demostrado a todos los hombres. Se lo ha probado amándoles sin medida, perdonándoles todo y siempre; regalándoles el cielo, dándoles a su Madre. Si no hemos sabido hacerlo, ya es hora de corresponder al amor. No podemos vivir sin amor. La vida sin Él es un penar continuo, una madeja de infelicidad y amarguras. Amar es la respuesta, es el sentido, amar eternamente al que infinitamente nos ha amado.

 

La ascensión nuestra al cielo será el último peldaño de la escalera; será la etapa final y feliz, sin retorno ni vuelta atrás. Debemos pensar en ella, soñar con ella y poner todos los medios para obtenerla. Todo será muy poco para conquistarla. Después del cielo sólo sigue el cielo. Después del Paraíso ya no hay nada que anhelar o esperar. Todos nuestros anhelos más profundos y entrañables, estarán, por fin, definitivamente cumplidos. Entonces, ¿te interesa el cielo?

 

¿A quién debo una felicidad tan grande? ¿A qué precio me lo ha conseguido. ¿Qué he hecho hasta ahora por el cielo? ¿Qué hago actualmente para asegurarlo? Y, en adelante, ¿qué pienso hacer?

 

Al final de la vida lo único que cuenta es lo hayamos hecho por Dios y por nuestros hermanos. "Yo sé que toda la vida humana se gasta y se consume bien o mal, y no hay posible ahorro. Los años son ésos y no más, y la eternidad es lo que sigue a esta vida. Gastarnos por Dios y por nuestros hermanos en Dios es lo razonable y seguro".



«La vanidad es la gloria de los pobres de espíritu»

La semilla divina

Por: Querien Vangal

 

Es relativamente fácil ver la semilla divina que el Espíritu Santo esparce con abundante y en silencio en nuestras almas. Y es posible que en ocasiones no sepamos cómo corresponder a esta tarea divina y que así nos estanquemos o incluso nos desalentemos en nuestra ascensión hacia Dios. Las reflexiones que siguen buscan señalar un camino sencillo para el alma deseosa de progresar en sus relaciones con el Dulce Huésped del alma para identificar con mayor claridad y acercarnos poco a poco a la meta que él marca a cada corazón.

 

La primera reflexión que propongo es que se trata, precisamente, de una ascesis diaria, de un ejercicio constante de distintas virtudes y actitudes. No basta desear vaga y esporádicamente ser mejores amigos del Espíritu Santo para alcanzar este objetivo. Más bien hemos de esforzarnos constantemente en el más noble trabajo de toda nuestra vida. Así es como vivimos en la práctica aquella consigna evangélica: "El Reino de los cielos padece violencia, y sólo los esforzados lo alcanzan" (Mt 11,12).

 

San Juan de la Cruz, que vivió sólo cuarenta y nueve años y alcanzó muy elevadas cimas de vida espiritual, aconseja a este respecto lo siguiente al alma que desea llegar a intimar con el Espíritu Santo:

 

"El alma que quiere llegar en breve al santo recogimiento, silencio espiritual, desnudez y pobreza de espíritu, donde se goza el pacífico refrigerio del Espíritu Santo, y se alcanza unidad con Dios, y librarse de los impedimentos de toda criatura de este mundo, y defenderse de las astucias y engaños del demonio, y libertarse de sí mismo, tiene necesidad de ejercitar los documentos siguientes, advirtiendo que todos los daños que el alma recibe nacen de los enemigos ya dichos, que son: mundo, demonio y carne"(SAN JUAN DE LA CRUZ, Cautelas, 1).

 

Para que esta ascesis diaria discurra por cauces fecundos, se hace necesaria la atención a las inspiraciones del Espíritu Santo. El dulce Huésped del alma nunca está inactivo. San Pablo nos recuerda que actúa en nuestros corazones derramando el amor de Dios. El modo más común de su actuación son sus inspiraciones. Al respecto, nos enseña el texto de san Francisco de Sales:

 

"Llamamos inspiraciones a todos los atractivos, movimientos, reproches y remordimientos interiores, luces y conocimientos que Dios obra en nosotros, previniendo nuestro corazón con sus bendiciones (Sl 20, 4), por su cuidado y amor paternal, a fin de despertarnos, movernos, empujarnos y atraernos a las santas virtudes, al amor celestial, a las buenas resoluciones; en una palabra, a todo cuanto nos encamina a nuestra vida eterna" (S. FRANCISCO DE SALES, Introducción a la vida devota, II, 18)

 

Estas inspiraciones nos pueden venir en la oración, a través de una lectura, del testimonio de una persona cercana (el marido, la esposa, un hijo, un amigo, un formador...). Normalmente son interiores, silenciosas y exquisitamente respetuosas de nuestra libertad, como lo es siempre Dios en su relación con el hombre. Nos aclaran, motivan o refuerzan la voluntad de Dios en nuestras vidas. Nos afianzan en nuestros hábitos virtuosos y en los buenos propósitos. Nos impulsan a la realización de una buena obra concreta. Refuerzan la pureza de intención de nuestros actos. Así podemos diferenciar las inspiraciones divinas de lo que es un mero sentimiento, un acto de egoísmo, un deseo meramente humano de grandeza...


Por ser una voz tenue, puede captar los mensajes del Espíritu Santo sólo el alma que está atenta a su interior, es decir, que tiende hacia el centro de sí misma. Esta atención está hecha de silencio interior y exterior, que crea el mejor ambiente para escuchar la voz del Espíritu Santo. Es esta atención silenciosa la que nos permite apagar otras 'emisoras' de mensajes que nos pueden distraer de lo esencial, como son nuestros sentimientos, preocupaciones, prejuicios, temores, actividades propias y opiniones ajenas que nos apartan de lo esencial.

 

Se trata de discernir, de distinguir entre muchas la voz del Espíritu Santo y de darle el primer lugar que le corresponde. Para ello nos aconseja santa Edith Stein:

"El auténtico discernimiento es sobrenatural y se halla sólo donde reina el Espíritu Santo, donde hay un alma que, en la entrega total, libre de impedimentos en su impulso, atiende a la voz suave del dulce Huésped y observa su rostro"( SOR BENEDICTA TERESA DE LA CRUZ, Antología de pensamientos, n. 209).

 

Hemos de procurar que nuestra atención al Espíritu Santo sea ágil como la del adolescente Samuel que, cuando sabe que Dios lo llama, dice de inmediato: "Habla, Señor, que tu siervo te escucha" (1 Sm 3, 9) , superando nuestra natural tendencia a hacer caso a propuestas más cómodas y prácticas, más tangibles y ventajosas según nuestro reducido modo de ver.

Si nuestra atención es sincera y constante, pasaremos con agilidad e interés a otro nivel en nuestra relación con el Espíritu Santo: el conocimiento.

 

Se trata de un conocimiento más experiencial y cordial que intelectual o académico. Es el conocimiento que va surgiendo entre dos personas que empiezan a relacionarse y a interesarse una por la otra. Más aún, es el conocimiento que el hombre quiere tener de ese Dios interior que habita en su corazón y que desde allí actúa constantemente buscando el bien de cada alma.

 

Este conocimiento interior es, en primer lugar, un don de Dios que hay que suplicar diariamente al Espíritu Santo en la oración, y que hay que enriquecer contemplando la acción del Consolador en la vida de Cristo según los evangelios. Y es, también, resultado de un esfuerzo personal mediante la asidua meditación de los dones del Espíritu Santo y de los dos himnos litúrgicos más conocidos sobre él: el "Veni Creator" y el "Veni, Sancte Spiritus". Conviene que sea una meditación periódica, pausada, cordial, profunda, para que poco a poco nos vayan penetrando con su luz las verdades y experiencias espirituales encerradas en esas dos fuentes clásicas de la piedad cristiana.

 

Así iremos captando y comprendiendo mejor sus gemidos interiores inefables que buscan orientarnos en la vida, acercarnos a él, llenarnos de sus dones y de sus frutos. Ayuda también el estudio de la acción del Espíritu Santo en cada alma, en la Iglesia, en la sociedad y en la humanidad.

 

Juan Pablo II, gran devoto del Espíritu Santo desde su juventud, nos deja el siguiente testimonio del influjo del Consolador sobre su alma que se abría a la acción de Dios también mediante el estudio y convertía así esta actividad en una escuela de transformación interior progresiva:

 

"El estudio, para ser auténticamente formativo, tiene necesidad de estar acompañado siempre por la oración, la meditación, la súplica de los dones del Espíritu Santo: la sabiduría, la inteligencia, el consejo, la fortaleza, la ciencia, la piedad y el temor de Dios. Santo Tomás de Aquino explica cómo, con los dones del Espíritu Santo, todo el organismo espiritual del hombre se hace sensible a la luz de Dios, a la luz del conocimiento y también a la inspiración del amor. La súplica de los dones del Espíritu Santo me ha acompañado desde mi juventud y a ella sigo siendo fiel hasta ahora" (JUAN PABLO II, Don y misterio, BAC, Madrid 1996, p. 109)

 

La atención aquí sugerida nos lleva a un conocimiento interior del Espíritu Santo. No es una atención predominantemente intelectual como la que puedo prestar en una clase o en una película emocionante. Es mucho más completa. Se trata de una atención amorosa. En ésta el interés es mucho más profundo que en los demás tipos de atención humana porque tiende a la identificación con el Amigo.

 

Si lo alimentamos debidamente, este conocimiento llega a convertirse un una auténtica amistad con el Espíritu Santo. Es el "dulce Huésped del alma", como decimos en el himno "Veni, Sancte Spiritus". Ha llegado allí desde nuestro bautismo, es nuestro mejor Amigo, nos quiere tratar de ese modo y nos lo irá manifestando a medida que nosotros busquemos también cultivar esa amistad.

 

Esta amistad es una experiencia que no se puede describir con palabras y que tiene sus requisitos. No se logra sólo con desearla y quererla teóricamente; y exige un saber escuchar y un actuar fielmente, cueste lo que cueste, según le agrade al dulce "Huésped del alma".

Implica un ejercicio constante de la virtudes de la fe, la esperanza y la caridad y un ofrecerle la propia vida como la materia humana que él puede y quiere elevar progresivamente hasta la altura de la edad de la plenitud de Cristo.

 

Esa amistad irá manifestándose en un cordial diálogo con el Espíritu Santo e irá creciendo y transformándose en un auténtico amor al Espíritu Santo. Un diálogo frecuente, íntimo, sabroso con quien sabemos que mejor nos conoce y está más interesado en ayudarnos. Y un amor a quien sabemos que es nuestro mejor Amigo y más nos ama. Un amor personal a quien ha recibido de Jesús la misión de "conducirnos hasta la verdad completa" (Jn 16, 13).


Este diálogo amoroso nos hará descubrirlo y experimentarlo íntimamente como el Dulce Huésped de nuestra alma, el Amigo de los pobres, el Consolador de los tristes, el Artífice de nuestra santidad, el Guía insobornable en nuestro peregrinar hacia la patria celeste. Iremos captando mejor cuánto hace en su esfuerzo por dirigir nuestros pasos por las sendas del bien y de la virtud, por infundirnos fortaleza y entusiasmo en nuestras acciones. Apreciaremos también su alegría por nuestra fidelidad y nuestro progreso y su llanto cuando advierte que menospreciamos sus inspiraciones.

 

Como nos enseña Benedicto XVI comentando la acción del Espíritu Santo en san Pablo, en este diálogo experimentaremos que "no existe una oración verdadera sin la presencia del Espíritu Santo, [...] que es como el alma de nuestra alma, la parte más secreta de nuestro ser, desde donde se eleva a Dios incesantemente una oración."( BENEDICTO XVI, Audiencia general del 15 de noviembre de 2006).

 

Este diálogo revela una relación de amor creciente que nos irá convirtiendo en personas espiritualmente más sencillas y, por lo mismo, más dóciles, que no pretenden fijarle pistas sino secundar sus más leves inspiraciones. En él lo escucharemos y le hablaremos, pediremos y nos dará, nos pedirá y le daremos de un modo cada vez más delicado y ágil. Haremos la experiencia más profunda de Dios, nos enriqueceremos con las más decisivas lecciones divinas sobre nuestras vidas, la vida de la Iglesia, el desarrollo de la historia de la humanidad. Y algún día podremos captar la verdad de un autor de nuestra época que escribe sobre esta experiencia:

 

En los coloquios que de día y de noche se sostienen con Él es donde se va aprendiendo el verdadero sentido del tiempo y la eternidad, de la fidelidad en el amor, de la vanidad de todas las cosas que no sean Dios y de la relatividad de cuanto nos ocurre en el trato con las creaturas. Él nos enseña a amar, nos enseña a perdonar, nos enseña a olvidar las pequeñas injurias; a buscar y hacer el bien sin esperar recompensa; a confiar en Dios y a amarle sobre todas las cosas.

 

También nos sitúa en una perspectiva capaz de contemplar todo el devenir del mundo, con la relatividad que encierra el tiempo frente a la eternidad y con la serenidad de quien se sabe un pobre peregrino en el tiempo hacia la posesión eterna de Dios.

 

Si queremos progresar en este campo, a la atención amorosa y al diálogo en nuestras relaciones con el Espíritu Santo hay que añadir de modo muy principal en la vida otra actitud: la colaboración. De poco nos sirve estar atentos para identificar la voz del Espíritu Santo en nuestra alma; de poco nos sirve dialogar con él e incluso aprender al contacto con él verdades importantes de la vida si luego no colaboramos con él.

 

Es necesario fomentar una actitud de colaboración pronta, generosa, delicada. Ella nos llevará a dar al Espíritu Santo su lugar de principal protagonista de nuestra santidad y del apostolado. Y nos inducirá a convertirnos y a actuar habitualmente como amigos suyos, con madurez y responsabilidad, conscientes de nuestro papel. No somos los principales protagonistas, pero sí debemos actuar. De este modo no caemos en un quietismo que se cruza de brazos en espera de que el Espíritu Santo lo realice todo en nosotros. Somos, si lo entendemos bien, personas que saben prestarse a modo de instrumentos libres, pero secundarios y dóciles en sus manos. Aplicamos la verdad de la segunda parte de aquella conocida sentencia: "A Dios rogando y con el mazo dando".

 

En el fondo, se trata de adoptar una actitud de disponibilidad a cuanto nos vaya iluminando, sugiriendo o pidiendo. Y una disponibilidad como la del adolescente Samuel, quien dijo: "Habla, Señor, porque tu siervo escucha." (1 Sm 3, 9). O, mejor aún, como la de María cuando pronunció la frase que más debió alegrar el corazón de Dios en toda la historia de la humanidad: "Aquí está la servidora del Señor: hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 38).


Retrasan esta colaboración nuestras incorrespondencias, siempre posibles en esta vida terrena sobre todo cuando no vivimos unidos habitualmente a Dios y no prestamos oído a sus inspiraciones. Un autor espiritual de renombre, Garrigou-Lagrange, desentraña la seriedad de estas incorrespondencias en el siguiente fragmento de su obra clásica de espiritualidad:


"¡Qué desgracia tan grande, que permanezcamos insensibles a las divinas inspiraciones! Lo cierto es que no las tenemos en gran estima; preferimos los talentos naturales, los empleos honrosos, la estima de los hombres, y nuestras menudas comodidades y satisfacciones. ¡Terrible ilusión, de la que muchos no se desengañan sino a la hora de la muerte!


De modo que prácticamente privamos al Espíritu Santo de la dirección de nuestra alma; y a pesar de que la porción más elevada de ésta no fue creada sino para Dios, nosotros colocamos a las criaturas en su lugar, con grave perjuicio para ella; en vez de dilatarla y engrandecerla hasta el infinito, por la presencia de Dios, la vamos empequeñeciendo haciendo que se ocupe en los miserables objetos de la nada. Por eso nunca acabamos de llegar a la perfección"( GARRIGOU-LAGRANGE R., O.P., Las tres edades de la vida interior, p. 459).


Las incorrespondencias se vencen con una actitud de fidelidad a las inspiraciones del Espíritu Santo. Y de una fidelidad ágil, delicada, constante como la que se construye día tras día entre dos buenos esposos o entre dos amigos que compiten por ser siempre para el otro quien mejor conoce sus deseos y con más gusto y precisión secunda su voluntad.


Esta colaboración implica también estar unido a él y depender de él, sobre todo en decisiones y pasos importantes de nuestra vida como pueden ser la opción por el matrimonio o la vida consagrada, la elección de carrera, la elección de la persona con la que deseo compartir toda mi vida... En ocasiones de esta naturaleza y en otras de mayor o menor trascendencia convendrá consultar a personas de confianza y más experimentadas en la vida espiritual, como puede ser una alma consagrada, un sacerdote amigo, el confesor o el director espiritual. Así nos liberaremos del subjetivismo, de la precipitación superficial y del fácil error, pues nadie es buen juez en su propia causa.


Esta colaboración nos aportará el principal fruto que buscamos en nuestra tarea y en nuestras relaciones con el Espíritu Santo: la transformación interior. Iremos asimilando progresivamente las virtudes que él nos inspira, las actitudes que nos sugiere, los hábitos que nos inculca.


Así, el Espíritu Santo es el encargado de cambiar a nuestro "hombre viejo" en el "hombre nuevo". Y éste no es un ser que se transforma en ángel. Divinizado por la acción del Espíritu Santo, permanece totalmente hombre y conserva lo mejor de su humanidad. Esta transformación interior reviste al hombre de un espíritu nuevo. Late en él un corazón nuevo, brotan de él un amor, unas pasiones y unos sentimientos nuevos. Juzga con criterios nuevos que superan los prejuicios, apasionamientos, impresiones superficiales...


Para lograr esta transformación interior procuraremos, en primer lugar, no contristar al Espíritu Santo que habita en nosotros (cf Ef 4, 30). Dejaremos de ser personas engreídas, autosuficientes, esclavas de su comodidad y de sus caprichos, veleidosas, incoherentes. Superaremos nuestros temores y nuestros complejos. No nos vencerá nuestro egoísmo en sus diversas versiones: infidelidad, respeto humano, sentimentalismo, inconstancia, superficialidad...


Tomaremos cada vez más en serio la consigna de san Pablo: "Ésta es la voluntad de Dios: vuestra santificación" (1 Ts 4, 3). Y nosotros mismos nos admiraremos de los cambios interiores y exteriores que se van operando en nuestro modo de pensar, de juzgar, de querer, de hablar, de callar... Entraremos en la virtuosa dinámica que envolvió cada vez más la vida de san Pablo cuando escribió: "Vivo yo, pero ya no soy yo: es Cristo quien vive en mí" (Ga 2, 20).


Será verdad en nuestra vida la afirmación paulina de que somos templos del Espíritu Santo (1 Co 3, 16; 6, 19). Y la tomaremos como una vocación y una misión personal. Así, como templos de él, estaremos siempre abiertos a su acción, nos dejaremos habitar por él con su gracia santificante, nos mantendremos ordenados y limpios, nos adornaremos para él con las distintas virtudes, seremos para los demás una invitación al recogimiento...


Con nuestra transformación vendrán los frutos de la presencia del Espíritu Santo en nuestras almas. Aparecerá el amor cristiano, la alegría brillará en nuestras obras, la paz inundará nuestro corazón, la paciencia será un hábito en nuestro obrar, trataremos a todos afabilidad y bondad, actuaremos ante Dios y ante los demás con fidelidad, mansedumbre y templanza" (Cf. Ga 5, 22-23).


Un autor espiritual del siglo XX describe así la meta a la que conduce a las almas el gobierno transformante del Espíritu Santo:


El objeto a que debemos aspirar, después de habernos ejercitado largo tiempo en la pureza del corazón, es estar de tal manera poseídos y gobernados por el Espíritu Santo, que él solo dirija nuestras potencias y sentidos, regule todos nuestros movimientos interiores y exteriores, y en él nos abandonemos enteramente por la renuncia espiritual de nuestra voluntad y propias satisfacciones. Así no viviremos ya en nosotros mismos, sino en Jesucristo, mediante la fiel correspondencia a las operaciones de su divino Espíritu, y el sometimiento de todas nuestras rebeldías al poder de la gracia (LALLEMANT, S.I., La Doctrine Spirituelle, IV p., c. 1, a. 3).


El último paso en nuestra tarea es la difusión de esta amistad y de sus dones. Si, según el espíritu de un adagio latino, el amor tiende a difundirse por sí mismo, tal verdad es mucho mayor tratándose del Espíritu Santo, el Amor con mayúscula. Cuando el alma va experimentando los frutos del trato íntimo con el Consolador interior, advierte que es un don tan sublime y tan práctico, que no puede represarlo en su corazón.


Ha de darle salida generosa y constante entre todas las personas que frecuenta y en todas las actividades que realiza. Y lo hará con presteza, como María en su visita a su prima Isabel. Actuará con la audacia que vemos en Pedro la mañana misma de Pentecostés, cuando sale del Cenáculo poseído por el reciente fuego del Espíritu Santo a predicar el Evangelio a todas las gentes, empezando por Jerusalén.


Su acción iluminará con la luz sobrenatural de la fe el ambiente en que vive y las tareas que emprende, caldeará los corazones de quienes ven y escuchan al amigo del Espíritu Santo, moverá las voluntades, apaciguará y encauzará las pasiones, dará consejos prudentes, ayudará a discernir en decisiones difíciles.


De este mismo paso procede el espíritu misionero que infunde el Espíritu Santo en el alma y que expresa así Benedicto XVI:


Su presencia [del Espíritu Santo] se demuestra finalmente también en el impulso misionero. Quien ha encontrado algo verdadero, hermoso y bueno en su vida —el único auténtico tesoro, la perla preciosa— corre a compartirlo por doquier, en la familia y en el trabajo, en todos los ámbitos de su existencia. Lo hace sin temor alguno, porque sabe que ha recibido la filiación adoptiva; sin ninguna presunción, porque todo es don; sin desalentarse, porque el Espíritu de Dios precede a su acción en el "corazón" de los hombres y como semilla en las culturas y religiones más diversas. Lo hace sin confines, porque es portador de una buena nueva destinada a todos los hombres, a todos los pueblos (BENEDICTO XVI, Homilía en las Vísperas en la Vigilia de Pentecostés, 3 de junio de 2006).


Así transformará la vida de la propia familia y de la sociedad en que vive y su fe unida a la de tantos otros hombres y mujeres creyentes se convertirá en la fuerza más poderosa de transformación del mundo difundiendo en el ambiente la certeza de que el Amor existe y busca al hombre para salvarlo, robustecerlo y elevarlo.


Según las estadísticas del INEGI, el 95% de los mexicanos "se dicen" cristianos.  Su tan siquiera la mitad realmente fuera como se dice ser, otro gallo nos cantaría.  Si trataran de que sus vidas, con hechos, reflejaran su verdadero cristianismo, si trataran de imitar a Cristo, estaríamos hablando de una sociedad verdaderamente ejemplar.  Pero no, la gran mayoría se refieren a Cristo de dientes para afuera.



«La vanidad es la gloria de los pobres de espíritu»

Juan Ramón de la Fuente

Paladín de la "verdad"                                                            

 Pot: Walter Turnbull

Enero / 2010

 

Hace unas semanas, el partido Convergencia entregó el premio Benito Juárez García a ese ganador de mil batallas, poseedor de mil talentos y conquistador de mil títulos y reconocimientos en ciencia, medicina y educación: el inexorable Juan Ramón de la Fuente.

 

Hacía unos días que Veracruz se había convertido en el estado número 17 en asentar en su jurisdicción el respeto a la vida "desde el momento de la concepción", cosa, por cierto, avalada por la Constitución Mexicana y que convierte a este grupo de estados en mayoría dentro del panorama nacional.

 

Aprovechando el discurso de recepción, nuestro flamante liberal —no nos podía fallar— persistió en su contumaz, irracional y absurda campaña por combatir la fe cristiana y el derecho a practicarla.

 

El discurso fue corto pero elocuente. Desveló en unas pocas frases una buena cantidad de los prejuicios y falsos dogmas, fruto de la enajenación ideológica que ocupa la mente de este ilustre intelectual. Repasemos algunas.

 

"La aprobación de leyes antiaborto por parte de estos estados constituye un serio embate al Estado laico" (socava el Estado laico, dicen otras narraciones). Por principio no es una opinión, una expresión de disgusto o de desacuerdo, a las que tendría todo el derecho, sino una severa denuncia, como si los legisladores hubieran cometido una falta evidente o un delito legal. Y no, sucede que no cometieron ni lo uno ni lo otro. Solamente contrariaron al señor De la Fuente.

 

Para continuar, da por sentado que solamente los creyentes pueden defender el valor de la vida, y niega a los agnósticos y a los ateos de buena voluntad la capacidad de hacerlo. Me halaga su creencia, porque reconoce, sin proponérselo, que es de la religión, y más específicamente de la religión cristiana, de donde han surgido ideas como la igualdad entre los hombres, el derecho a la libertad, el respeto a la integridad y a la propiedad del vecino, la dignidad de la mujer, el respeto a los hijos, la fidelidad en el matrimonio, la humanidad de los indígenas y los negros, la ayuda al necesitado, la tolerancia a los defectos del próximo, etcétera.

 

Sin embargo, en estos tiempos, en que esas ideas ya han trasminado la cultura, esa creencia es falsa: hoy en día ya hay muchos no cristianos que afortunadamente sí respetan la vida.

 

De la Fuente da por sentado también que es ilícito (embate a la laicidad) plasmar las convicciones religiosas en las leyes y las costumbres.

 

La verdadera laicidad consiste en que los mandos religiosos no sean los mandos políticos, ni viceversa, como sucedía en culturas ancestrales o sucede actualmente en países islámicos o en los gobiernos de izquierda, en donde el ayatolá gobierna el país o el partido comunista impone al pueblo sus propias creencias. La verdadera laicidad se trata de que entre gobierno e iglesias exista una respetuosa independencia.

 

La democracia, por su parte, consiste en que la mayoría del pueblo, representada por sus legisladores, plasme en sus leyes lo que éste cree que es saludable para la convivencia social, y en esa acción expresa sus creencias y convicciones sin importar de dónde vengan, con tal que convengan a la mayoría.

 

El señor De la Fuente, sin embargo, piensa que si las ideas tienen su fuente en la religión, los legisladores tienen prohibido plasmarlas en las leyes, aunque sean buenas y sean las mismas que tiene la mayoría del pueblo. Su idea es que los legisladores, si tienen convicciones religiosas, deben legislar en contra de sus convicciones, o que quienes tienen convicciones religiosas no tienen derecho a legislar.

 

No repara en que si ésta fuera la norma, no habría leyes que defendieran la igualdad, ni la dignidad de la mujer, ni el derecho a la propiedad, ni ninguno de esos aspectos ya mencionados, todas ellas emanadas de la religión.

 

No repara tampoco en que los principios nacionalistas, liberales, revolucionarios o izquierdistas también son creencias doctrinales, subjetivas, dogmáticas, emanadas de una deidad representada por el partido, la academia, la ideología o la historia oficial. Eso lejos de ser laicidad es persecución religiosa disimulada y lejos de ser democracia es dictadura disfrazada, con la que ––por cierto–– el señor De la Fuente siempre ha tenido una entrañable relación.

 

Para continuar, da por sentado que el considerar principios religiosos al crear leyes es una intromisión de la Iglesia en la política, cuando en realidad ningún sacerdote ni obispo tiene ningún puesto en el gobierno. Un buen gobernante a veces tiene que aplicar recomendaciones de expertos en salud, y no por eso se piensa que la academia de medicina esté interviniendo en política. Los médicos solamente dan consejos basados en su ciencia y si todos los practicamos nos va mejor. Lo mismo hace la Iglesia.

 

Como extensión del anterior prejuicio, obviamente da por sentado que todo principio religioso es de por sí dañino, prohibitivo, pernicioso. No repara en que los pueblos que durante muchos años fueron cristianos son hoy pueblos demócratas, civilizados, desarrollados, y los pueblos que combatieron la religión hoy son ejemplo de pobreza, injusticia y violación de los derechos humanos. Esta postura es completamente anticientífica, ya que niega caprichosamente lo que la ciencia de la historia se empeña en demostrar.

 

Y sigue "la tempestad de frases vanas, de aquellas tan humanas que hayan en todas partes acomodo" ("El Brindis del Bohemio"): "El Estado laico no puede asumir una interpretación única del mundo". Esta es una idea muy de moda, muy políticamente correcta: nadie tiene la verdad, nada es verdad, cada quien piense lo que quiera, todo se vale. Suena muy comprensivo, pero es absurdo.

 

Un Estado no puede aceptar al mismo tiempo que no se vale robar y que sí se vale; que no se puede matar y que sí se puede. Al crear una ley, se tiene que asumir una interpretación del mundo. Tenemos que procurar, en todo caso, que la ley no afecte los legítimos reclamos de las minorías y que no sea siempre la misma interpretación, sino que pueda variar, según lo que quiera en ese caso la mayoría. No es infalible pero es la mejor opción hasta la fecha.

 

Se le llama "democracia", y es lo que han aplicado estos legisladores: en esta ocasión la mayoría de los estados decidió asumir la interpretación cristiana del valor de la vida humana. No es "imponer a todos las creencias de unos", es promulgar para todos una ley acorde a los principios de la mayoría y que desafortunadamente es irreconciliable con las creencias de otros.

 

Y por cierto, esa imposición de creencias de una minoría a una mayoría no parece haberle molestado a De la Fuente cuando la practicó el gobierno del DF. Termina el párrafo diciendo: "Como tampoco se puede impedir practicar una religión". Menos mal, pero siento que le faltó agregar: "aunque nada perdemos con intentarlo".

 

Una presunción más: "A quienes 'hoy se empeñan en sepultar nuestra historia', les recordó que Benito Juárez conformó un Estado civil moderno, inspirado en un liberalismo auténticamente mexicano...". ¿Pero es que alguien ha comprobado que Juárez es infalible? ¿Fue su actuación incuestionablemente exitosa? ¿Se nos puede imponer a todos la misma creencia religiosa?

 

Si no lo sabe el señor De la Fuente, hay muchos que ven en Juárez a un Dios y en su doctrina una religión, pero hay otros hoy en día, y los había entonces, que opinan diferente. Y la opinión de ellos es tan válida como la suya. Para él el argumento radical, la verdad inapelable, es la doctrina y la actuación de Juárez. Y todos tenemos que creer lo mismo. Me queda clarísimo que el que empieza por rechazar al Dios verdadero, termina por creer en uno falso.

 

Ramón de la Fuente no es el único, ni el primero, tal vez sólo el más obcecado representante de la corrección política moderna: "Tolerancia para todos menos para los católicos, toda verdad es respetable menos la de los católicos, democracia para todos menos para los católicos. Laicidad es que la religión se vuelva inoperante, como quisiera yo, y democracia y pluralidad es que todos voten por lo que a mí me gusta. Lo demás es fundamentalismo y autoritarismo". Así sí cobran sentido y se entienden sus declaraciones.

 

 

 

«La vanidad es la gloria de los pobres de espíritu»

El verdadero progreso del mundo

Fuente: Homilía de Benedicto XVI al clausurar el Año Paulino

Autor: SS Benedicto XVI


La valentía es necesaria para unirse a la fe de la Iglesia, incluso si ésta contradice al "esquema" del mundo contemporáneo. A esta falta de conformismo de la fe Pablo llama una "fe adulta". Califica en cambio como infantil el hecho de correr detrás de los vientos y de las corrientes del tiempo. De este modo forma parte de la fe adulta, por ejemplo, comprometerse con la inviolabilidad de la vida humana desde el primer momento de su concepción, oponiéndose con ello de forma radical al principio de la violencia, precisamente en defensa de las criaturas humanas más vulnerables.


Forma parte de la fe adulta reconocer el matrimonio entre un hombre y una mujer para toda la vida como ordenado por el Creador, reestablecido nuevamente por Cristo. La fe adulta no se deja transportar de un lado a otro por cualquier corriente. Se opone a los vientos de la moda. Sabe que estos vientos no son el soplo del Espíritu Santo; sabe que el Espíritu de Dios se expresa y se manifiesta en la comunión con Jesucristo. Pero Pablo no se detiene en la negación, sino que nos lleva hacia el gran "sí".


La caridad es la prueba de la verdad


Describe la fe madura, realmente adulta de forma positiva con la expresión: "actuar según la verdad en la caridad" (cfr Efesios 4, 15). El nuevo modo de pensar, que nos ofrece la fe, se desarrolla primero hacia la verdad. El poder del mal es la mentira. El poder de la fe, el poder de Dios, es la verdad. La verdad sobre el mundo y sobre nosotros mismos se hace visible cuando miramos a Dios. Y Dios se nos hace visible en el rostro de Jesucristo. Al contemplar a Cristo reconocemos algo más: verdad y caridad son inseparables. En Dios, ambas son una sola cosa: es precisamente ésta la esencia de Dios. Por este motivo, para los cristianos verdad y caridad van unidas. La caridad es la prueba de la verdad. Siempre seremos constantemente medidos según este criterio: que la verdad se transforme en caridad para ser verdaderos.


Otro pensamiento importante aparece en el versículo de san Pablo. El apóstol nos dice que, actuando según la verdad en la caridad, contribuimos a hacer que el todo -el universo- crezca hacia Cristo. Pablo, en virtud de su fe, no se interesa sólo por nuestra personal rectitud o por el crecimiento de la Iglesia. Él se interesa por el universo: "ta pánta". La finalidad última de la obra de Cristo es el universo -la transformación del universo, de todo el mundo humano, de la entera creación. Quien junto con Cristo sirve a la verdad en la caridad, contribuye al verdadero progreso del mundo. Sí, es completamente claro que Pablo conoce la idea del progreso. Cristo, su vivir, sufrir y resucitar, ha sido el verdadero gran salto del progreso para la humanidad, para el mundo. Ahora, en cambio, el universo tiene que crecer hacia Él. Donde aumenta la presencia de Cristo, allí está el verdadero progreso del mundo. Allí el hombre se hace nuevo y así se transforma en nuevo mundo.


La razón iluminada desde el corazón


...El hombre interior tiene que reforzarse -es un imperativo muy apropiado para nuestro tiempo en el que los hombres a menudo permanecen interiormente vacíos y por lo tanto tienen que aferrarse a promesas y narcóticos, que después tienen como consecuencia un ulterior crecimiento del sentido de vacío en su interior. El vacío interior -la debilidad del hombre interior- es uno de los más grandes problemas de nuestro tiempo. Tiene que reforzarse la interioridad -la perspectiva del corazón; la capacidad de ver y comprender el mundo y el hombre desde dentro, con el corazón. Tenemos necesidad de una razón iluminada desde el corazón, para aprender a actuar según la verdad en la caridad. Pero esto no se realiza sin una íntima relación con Dios, sin la vida de oración. Tenemos necesidad del encuentro con Dios, que se nos ofrece en los sacramentos. Y no podemos hablar a Dios en la oración, sino le dejamos que hable antes Él mismo, si no le escuchamos en la palabra que Él nos ha donado.


Oremos al Señor para que nos ayude a reconocer algo de la enormidad de su amor. Oremos para que su amor y su verdad toquen nuestro corazón. Pidamos que Cristo viva en nuestros corazones y nos haga ser hombres nuevos, que actúan según la verdad en la caridad. Amen.

 


«La vanidad es la gloria de los pobres de espíritu»

viernes, 22 de enero de 2010

Un viaje con Jorge Luis Borges

Por: Antero Duks

 

El Jorge Luis Borges que posa frente a la Pirámide de Kukulkán en Chichén Itzá o el que pasea en un globo aerostático igual al que imaginaron los hermanos Montgolfier en Alemania; o aquel que se dejó seducir por las bellezas de la India, es un hombre lleno de alegría y gozo por la vida. Esa faceta tan íntima del escritor argentino nacido en 1899 es la columna vertebral de la exposición El atlas de Borges, que hoy se inaugura en el centro cultural Artería México.

 

Así lo recuerda su viuda, María Kodama, escritora y traductora que esta en México para inaugurar la exposición que contiene 130 fotografías y textos que Borges escribió especialmente para su libro de viajes Atlas publicado dos años antes de su muerte y que es base de esta muestra que ha recorrido varias ciudades del orbe, muchas de las cuales visitó el escritor en sus últimos años de vida.

 

Con María Kodama, Borges fue de Filadelfia a París y de Roma a Estambul, pasó por Ginebra y Creta; sin olvidar nunca su amado Buenos Aires paseó por Izumo, México y Venecia. "Nos faltaba mucho para conocer todo el mundo, pero recorrimos muchísimo", recuerda María Kodama, viuda y heredera universal del escritor que conversó con KIOSKO sobre esta muestra que incluye videos de entrevistas, así como algunos comentarios en su propia voz.

 

Los viajes físicos del narrador

 

Si en el prólogo de Atlas, Borges refleja las infinitas formas de los viajes y la contemplación intelectual que convierten al viajero en un eterno descubridor; María Kodama asegura que la exposición es un recorrido que por el álbum familiar. "Inicialmente son las fotos del libro, son las que elegimos juntos, aunque hay otras que luego se fueron agregando, pero fundamentalmente son las del libro".

 

Kodama recuerda que muchos de los textos que acompañan el libro y nutren la exposición surgían in situ. "A veces mientras viajábamos surgía algo que hacía que él escribiera sobre ese lugar, Por ejemplo una columna que había en un hotel de Reikiavik, en Islandia, le generó un texto. Nunca teníamos reglas fijas, las cosas iban sucediendo, fluían".

 

El atlas de Borges que estará expuesta hasta el 28 de marzo, da cuenta del mundo que Jorge Luis Borges y María Kodama perpetuaron en imágenes y palabras a través de sus viajes. "La idea surgió en vida de Borges, se le ocurrió a Alberto Girri y a Enrique Pezzoni, cuando volvíamos de viaje, comíamos los cuatro y yo les mostraba las fotos, un día Girri -gran poeta argentino de la generación siguiente a la de Borges-, le propuso hacer un libro de viajes y Borges dijo: 'pero claro y puede llamarse Atlas'".

 

A partir de allí Borges hacía los textos y como yo tenía el registro elegíamos las fotos. Fue muy divertido. Así surgió el libro en 1984, publicado por Sudamericana. La primera vez que se hizo la exposición fue en Cuyo, en Mendoza, fue una exposición muy interesante, luego pasó el Centro Recoleta. Después de muchos años Hernán Lombardi, ahora secretario de cultura de Buenos Aires, me propuso volver a montarla.

 

—¿Cuál era la ciudad más querida de Jorge Luis Borges?

 

—Él consideraba cada lugar del mundo una de sus patrias, pero tenía un amor especial por Ginebra, Suiza, porque Borges era un hombre de ciudad, era un poco como los griegos, ellos pertenecían a la polis, a la ciudad; por ejemplo Tales de Mileto, la ciudades donde había nacido o vivido llevaban su nombre. Entonces Buenos Aires es de Borges.

 

Él era un adelanto de su tiempo, quería la unión para la humanidad, en el último libro que escribió Los conjurados, deja una especie de testamento para la humanidad, toma a Suiza, que él conoció en su juventud y que decía era un país que a través de la razón había logrado la unión de personas con distintas lenguas y sobre todo distinta religión. El sabe que es muy difícil pero espera que sea profético y que la humanidad un día entienda la importancia de eso que él sentía materializado en Suiza.

 

—¿A qué ciudad anhelaba regresar?

 

—Ginebra, siempre Ginebra

 

—¿Es verdad que aunque amaneciera o soñara con otra ciudad, siempre regresaba a Buenos Aires?

 

—Buenos Aires era como él mismo, era como su ser, ese era el amor que no abandonó nunca, era su ciudad, a la que cantó desde su primer libro y hasta el último y a la que amó y aceptó con esa frase celebre que dice: "No nos une el amor sino el espanto". Creo que esa es la forma más madura del amor, cuando uno se da cuenta que a pesar del espanto puede amar a ese lugar con lo positivo y lo negativo. Buenos Aires era él, era la esencia, no su lugar de preferencia.

 

—¿El Atlas es el libro más sentimental de Borges?

 

—A Borges no les gustaban las cosas sentimentales. Podía hacer una descripción de viajes alegres, con detalles muy divertidos. Él detestaba un poema que lo consideran emblemático de su vida, fue escrito en un momento de remordimiento después que murió su madre casi a los 100 años, después de una relación intelectual, afectiva y de protección muy grande. Él me decía con respecto a ese poema que gustaba porque la gente tiene vocación por la desdicha; que por eso el mundo no puede salir, que a la gente le encanta que sea desdichado e infeliz y ponerle un sello para toda la vida.

 

Él me decía: "María, nunca vayas a escribir algo dos días después de que yo me muera porque eso va a ser sentimental y llorón como un tango y la va a perseguir toda su vida como un sello" No lo hice, seguí su voluntad.

 

—¿Cuáles son los nuevos proyectos de la Fundación Internacional Jorge Luis Borges?

 

—Acaba de sacar el primer volumen de la obra Borges con notas que será en tres entregas. El primer volumen ya salió, el segundo está entregado y a finales del próximo año va a salir el tercero. Es interesante porque las notas están pensadas para que puedan ser útiles desde los últimos años de la escuela primaria hasta la universidad; no es una obra académica en el sentido de lo que puede hacer una editorial universitaria, las publica Emecé Planeta. Es un obra importante desde el punto de vista que ayudará a comprender muchas palabras para los extranjeros y para los traductores.

 

Lo han hecho Rolando Porta Picazo que tiene la cátedra de literatura inglesa y norteamericana que daba Borges en la Universidad; es un traductor extraodinario del inglés al español y miembro de la Academia de Letras en Buenos Aires, junto con Irma Zángara.

 

Proyectos en torno al escritor

 

María Kodama está feliz porque el Museo dedicado a su marido es muy visitado por extranjeros y estudiantes de todos los niveles; pero también porque han terminado la catalogación de la Biblioteca de Borges y durante este 2010 concluirán la catalogación de su hemeroteca que tiene una colección de revistas que va de 1870 a 1970. "Ahí van los estudiosos e investigadores van a poder encontrar mucho material, no sólo sobre Borges, sino sobre las primeras publicaciones de los grandes escritores argentinos del siglo XX".

 

Han logrado que las universidades de Cuyo y Córdoba arranquen en breve la primera Maestría en Literatura Argentina, apoyados por Gabriela Chittadini; además de continuar con el concurso de haikus para estudiantes donde han pasado de hacerlo en 5 colegios a 140 en todo el país. Pero celebran aún más las publicaciones que en unos meses comenzará a editar Penguin, que será temática con el título Borges on....

 

«La humildad es el altar sobre el cual quiere Dios que se le ofrezcan los sacrificios»
 



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jueves, 21 de enero de 2010

Estrategias del Diablo

Satanás convocó una convención mundial de demonios. En su discurso de apertura dijo:

  • No podemos hacer que los cristianos dejen de ir a sus reuniones espirituales.

 

  • No podemos evitar que lean la Biblia y conozcan la verdad.

 

  • No podemos evitar que formen una relación intima con su Salvador. Una vez que establecen esa conexión con Dios, nuestro poder sobre ellos se pierde.

 

  • Así que déjenlos asistir a sus congregaciones; déjenlos que tengan sus cenas familiares con platos y cubiertos, pero róbenles su tiempo, de manera que no tengan tiempo para desarrollar una relación con Dios...


Esto es lo que quiero que hagan:
"Distráiganlos durante todo el día."

¿Como haremos eso?, Gritaron los demonios.
 

  • Manténgalos ocupados en las nimiedades de la vida e inventen innumerables proyectos que ocupen sus mentes respondió Satanás.

 

  • Tiéntenlos a gastar, gastar y gastar. Persuadan a las esposas para que vayan a trabajar por largas horas y a los esposos a trabajar de 6 a 7 días cada semana y de 10 a 12 horas al día, hasta que queden cansados y sus bolsillos vacíos.

 

  • Por nada del mundo los dejen pasar tiempo con sus hijos y seres queridos.

 

  • A medida de que sus familias se fragmenten, pronto, sus hogares no serán un escape a las presiones del trabajo.

 

  • Sobre estimulen sus mentes para que NO puedan escuchar esa VOZ (la de Dios).

 

  • Tiéntenlos a que escuchen sus radios siempre que conduzcan sus vehículos.

 

  • A que mantengan constantemente encendidos, en sus hogares, su TV, DVD y su mundo toque constantemente música degradante con letras obscenas.

 

  • Llenen las mesas de centro con revistas y periódicos.

 

  • Bombardeen sus mentes con noticias las 24 horas del día.

 

  • Inunden su correo con basura, catálogos, rifas, servicios y falsas esperanzas.

 

  • Pongan modelos bellas y delgadas en las revistas en la TV , para que los esposos crean que la belleza exterior es lo que importa y se sientan insatisfechos con sus esposas.

 

  • Mantengan a las esposas demasiado agotadas, para NO amar a sus esposos por las noches, ellos empezarán a buscar en otra parte rápidamente.

 

  • Emociónenlos con las nuevas tecnologías a sus hijos, para que lleguen a pensar que las cosas materiales son  importantes...
  • Aun en horas de distracción y esparcimiento, háganlos que sean excesivos. Que regresen agotados.

 

  • Y cuando tengan reuniones de tipo espiritual, involúcrenlos en chismes y charlatanería, para que salgan de ahí con sus conciencias perturbadas....

 

  • Pronto estarán trabajando con sus propias fuerzas, sacrificando su salud y su familia por el bien de la causa.


¡Funcionará! agregó triunfante.
 
Ah, se me olvidaba, manténgalos ocupados cuando les lleguen mensajes como este, para que no los puedan reenviar (agrego el diablo) y así no sepan lo k planeamos.

La pregunta es: '¿Ha tenido éxito el diablo con su plan?'
 
 
'¿Qué crees tú?'

 Por favor pasa este mensaje si no estás tan OCUPADO

 



 

«La ley disciplina nuestro cotidiano vivir»

 




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