Por René Mondragón
Fuente: Yoinfluyo.com
Marzo / 2011
Cuando uno "sufre las de Caín" –digo, las golpizas como las que el ilustre brother le propinó al buen Abel–, como para reunir el dinero para pagar la nómina, y además, se las ve uno negras –panorama, prospectivas y noticieros de por medio– para aumentar la cartera de clientes y disminuir la de cobranza, como que el llamado de Benedicto XVI a evidenciar nuestra total confianza en Dios, como elemento distintivo de los cristianos, francamente, lo saca a uno "de onda".
Abusando del lenguaje coloquial, y rogando a mis preciosísimas lectoras y amables lectores su lingüístico perdón, cuando nos llegan las fechas de pagar la hipoteca de la casa, se vence la letra del coche y en la escuela de los hijos, están a punto de enviarlos con la señora Napolitano para que ella se encargue de extraditarlos en calidad de lancheros acapulqueños, como que poner la confianza en Dios, se vuelve no sólo un desafío, sino algo insólito para los tiempos de crisis.
Las razones del Papa
No es porque sea el Papa, el Santo Padre o el Sumo Pontífice que lidera a varios miles de millones de católicos en el mundo. Es decir, no se trata de razonamientos aceptables "por mayoría de votos" o por imposición dictatorial, como si fuera un discurso de Muamar Gadafi argumentando que es él, por decisión de él mismo, quien no abandonará su cargo, porque desde ahí él vendrá a dirigir el mundo entero y a juzgar a vivos y muertos.
Si revisamos juntos el mensaje papal emitido durante el Ángelus, los elementos son altamente significativos:
1.- La convocatoria es que "el cristiano debe distinguirse siempre, por su total y absoluta confianza en Dios, en su providencia, que lo guía a una mayor libertad ante las cosas materiales y lo aleja del miedo al futuro".
El llamado, no me lo podrán negar, es tan formidable como desafiante. Distinguirnos siempre por confiar en la providencia, en condiciones y situaciones como las descritas arriba no parece nada sencillo. Por eso mismo no acabo de entender a los detractores de la Iglesia, que aseguran que "esas cosas" son temas solamente para viejitas. Así, como dijera el ilustre lingüista, Jordi Rosado, "¡tá cañón!".
Ciertamente, se requiere una fe del tamaño de un grano de mostaza y una confianza esperanzada en Dios, como la que tuvo aquel Centurión romano.
2.- Confiar en Dios y en su providencia, precisamente por su indefectible amor.Un amor que es tan real, tan eficiente, tan oportuno y cercano, que conoce con precisión todo aquello que necesitamos.
Es decir, aquí encuentra total vigencia el tema de alimentar y vestir a los pajarillos del campo y a los lirios.
No es tan difícil ni complicado desarrollar este nivel de confianza. Cada uno de nosotros la ejercitó diariamente cuando éramos niños. Y si a alguien le resulta exagerada esta afirmación, hágase –y recuerde, por favor– las siguientes preguntas: ¿alguna vez cuando éramos pequeños, usted se preocupó y/o "se tronó lo dedos" tratando de averiguar si ese día iba usted a comer o no?
Siendo pequeños, ¿nos preocupamos por saber si ese día tendríamos disponible un techo y una cama para descansar? ¿Verdad que no?
Esa es confianza total y absoluta, porque sabíamos que la gente que nos amaba lo procuraría en tiempo y forma. Por eso no nos preocupábamos de esos temas.
3.- "Confianza en Dios", no significa sentarse a esperar que se aparezca "un hado padrino" –digo, ¿por qué siempre tiene que ser un "hada"?– y esperar que la paridad cambiaria mejore, o que Ben Bernanke –mero, mero de la Reserva Federal estadounidense– se acuerde de que, algún día, fuimos buenos vecinos y no territorio de conquista apache.
Es entender que, nosotros tenemos que poner todo lo que esté de nuestra parte. Hacer las cosas, pues, como si Dios no existiera; y al final de cuentas, dejar todo en las manos de Dios, para que Él haga Su parte. No es el "providencialismo" de los saduceos, sino recordar que Dios jamás nos pondrá una prueba superior a lo que nosotros podamos vencer. Es trabajar "como burros", decía mi santa abuela, para que Dios también aporte lo suyo.
Y esto no es un discurso evasivo, reduccionista o escasamente realista. Es un mensaje para corazones valerosos y para almas grandes. Eso es todo.
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