viernes, 28 de enero de 2011

Los problemas de México

 

Querien Vangal

Enero / 2011

 

 

Si bien es cierto que el Clero Católico ha figurado negativamente en la historia de nuestro país, esto es muy independiente de la fe católica-cristiana que la gente sinceramente profesa sin fanatismo.  Es en este aspecto en donde las cosas se han confundido para mal de nuestro desarrollo social, y ha dado pie a divisiones nefastas que mucho han dañado a México.

 

La Guerra Cristera es uno de los acontecimientos más importantes para la Iglesia Católica mexicana. Aunque directamente no participaron los líderes eclesiásticos, algunos de ellos sostuvieron y apoyaron a quienes decidieron combatir con las armas las prohibiciones y hostilidades impuestas por el gobierno de Plutarco Elías Calles, allá por los años veinte.

 

El punto de inflexión es, sin duda, la suspensión de cultos religiosos. Ordenada por los obispos mexicanos, el hecho marcó la pauta para que los cristeros asumieran acciones más contundentes con miras a la defensa de su derecho a la libertad religiosa. El hecho concreto, y la Guerra Cristera en conjunto, son -entre otras cosas- una muestra irrefutable de la capacidad y posibilidades de participación de los laicos en la vida pública.

 

  Además, ambos sucesos se enfrascan en la lógica de la guerra justa y la legítima defensa. El Catecismo de la Iglesia Católica indica que son cuatro las condiciones que deben ser reunidas para dar paso a la legítima defensa por medio de la fuerza militar:

 

Que el daño causado por el agresor a la nación o a la comunidad de las naciones sea duradero, grave y cierto.

 

Que todos los medios para poner fin a la agresión hayan resultado impracticables o ineficaces.

 

Que se reúnan condiciones serias de éxito.

 

Que el empleo de las armas no entrañe males y desórdenes más graves que el mal que se pretende eliminar. El poder de los medios modernos de destrucción obliga a una prudencia extrema en la apreciación de esta condición.

 

 

MÉXICO EN LA SUSPENSIÓN DE CULTOS

 

Ahora bien, vale la pena observar a manera de revisión, cuyo objetivo no es otro más que la comprensión del hecho histórico en sí mismo, el contexto en el que se dio la suspensión de cultos en México aquel 31 de julio de 1926, todo ello con base en "La Cristiada", obra del investigador e historiador Jean Meyer.

 

"La Iglesia es absolutamente opuesta al uso de la fuerza armada para solucionar los problemas mexicanos", declaró el obispo Pascual Díaz al diario estadounidense The New York Times ante las hostilidades del gobierno, las leyes impuestas por el presidente Calles y la tentación de los católicos mexicanos de tomar las armas para defender su derecho a la fe.

 

En general, la posición oficial del clero católico mexicano fue adversa hacia cualquier iniciativa que alterara la relación con el gobierno federal, aunque la intención no fuera esa precisamente. Por ello son comprensibles las reservas que se mantuvieron en torno al levantamiento en armas.

 

El Episcopado Mexicano, en noviembre de 1926, frente a los argumentos del gobierno callista, que acusaban al clero de azuzar a los cristeros, declaró:

 

"Casos hay en que los teólogos católicos autorizan no la rebelión sino la defensa armada contra la injusta agresión de un poder tiránico, después de agotados inútilmente los medios pacíficos. El Episcopado no ha dado ningún documento en que se declare que haya llegado, en México, ese caso".

 

Sin embargo, una posición contrastante y emitida meses antes que el Episcopado Mexicano, fue la hecha el 2 de agosto de 1926 por Le Osservatore Romano, cuando publicó: "No les queda a las masas que no quieran someterse a la tiranía, y a las cuales no detienen ya las exhortaciones pacíficas del clero, otra cosa que la rebelión armada", en clara alusión a la situación que acontecía en México, donde precisamente se acababa de declarar la suspensión del culto religioso público.

 

Interesante es la presencia en el conflicto de la Liga Nacional para la Defensa de la Libertad Religiosa, organismo creado por los laicos católicos precisamente para armonizar las relaciones de la Iglesia y del laicado con el gobierno federal. Más aún, la relación entre la jerarquía eclesiástica y el movimiento laical ofrece muchas reflexiones que deben tomarse con cautela.

 

La Liga presentó a los obispo mexicanos no condenar al movimiento cristero, el respeto a los liderazgos consolidados, la legitimación del movimiento armado, el envío de vicarios castrenses y su colaboración para conseguir los recursos económicos necesarios para la gesta entre los fieles católicos más acaudalados.

 

La respuesta del Episcopado fue que no estaban en posibilidades de enviar vicarios castrenses dado que esa no era una facultad que estuviera en sus manos resolver, Del mismo modo, se negaron por la imposibilidad de llevarse a cabo el acercamiento con los católicos más favorecidos económicamente.

 

 

EL SUFRIMIENTO DEL PUEBLO CATÓLICO

 

El 31 de julio de 1926 el Episcopado ordenó la suspensión del culto público. A partir de entonces, refieren textos citados y reproducidos por Jean Meyer, "empezó a ir gente con el fin de arreglar sus conciencias, no obstante que era tiempo de que andábamos en el beneficio de la labor.

 

"Cada día que pasaba era más la apretura de gente en el pueblo, de todos los ranchos circunvecinos acudía gente, en todos los pechos se escuchaba zozobra, en todos los semblantes se veía palidez, en todos los ojos se veía tristeza y las gargantas se detenían para pronunciar palabra y no era otra la pregunta más que ¿a qué se debe esto? y ¿por qué cierran la iglesia, qué es lo que pasa? y sólo se contestaba: pues quién sabe, yo no sé."

"[…] Y la gente cabizbaja y pensativa, que no acataban, no acertaban, no les cabía el juicio. Se desedían no estaban conformes con aquella ley dada a conocer y ejecutada tan de pronto; había caído como un rayo en todos los corazones, en todas las mentes… pero no había remedio, había que obedecer".

 

"[…] Sólo nos quedaba un consuelo: que estaba la puerta del templo abierta y los fieles por la tarde iban a rezar el Rosario y a llorar sus culpas. El pueblo estaba de luto, se acabó la alegría, ya no había bienestar ni tranquilidad, el corazón se sentía oprimido y, para completar todo esto, prohibió el gobierno la reunión en la calle como suele suceder que se para una persona con otra, pues esto era delito grave".



 


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