domingo, 22 de abril de 2012

EL PATRIOTISMO

Por: Antero Duks
Dicembre / 2010


La virtud del patriotismo es la que “reconoce lo que la Patria le ha dado y le da.  Le tributa el honor y el servicio debidos, reforzando y defendiendo el conjunto de valores que representa, teniendo a la vez por suyos los afanes nobles de todos los países”. (1)

Dicho en otras palabras, el Patriotismo es el amor a la Patria, que es la tierra de nuestros padres. 

Santo Tomás la coloca dentro de la virtud de la virtud de la Piedad, la piedad, virtud que regula nuestros deberes de reverencia y honor para con los padres y la Patria en el cuarto mandamiento: “Honra a tu padre y a tu madre, como el Señor, tu Dios, te lo ha mandado, para que tengas una larga vida y seas feliz en la tierra que el Señor, tu Dios, te da.” (Det 5,16).

Esta noble virtud de la piedad nos hace deudores de ambos y depende de la justicia, que es el “dar a cada uno lo que es debido”. El orden por lo tanto es justicia, piedad, patriotismo. O, dicho de otra manera, la justicia es como la “abuela” del patriotismo, porque tanto la Patria como los padres tienen derecho a ser queridos y honrados por sus hijos, ya que después de Dios es a ellos a quienes más le debemos y de quienes más hemos recibido.

Dios, Patria y Padres conforman la paternidad total. Este amor y reverencia que ellos nos generan es lo propio de toda alma noble y bien nacida. El patriotismo es una de las virtudes más atacadas hoy en día, aun desde los ámbitos del gobierno, y Encuesta:
Recomendaciones
  • El crucifijo que habló a san Francisco.
  • Caminos de Adviento, meditaciones para prepararte. 
  • Qué son las solemnidades, fiestas y memorias? 
  • Fin del mundo, juicio final y el purgatorio.
  • Ejercicios Espirituales de San Ignacio por Internet si se habla de él es para ridiculizarlo. La palabra “patria” proviene de “pater” (padrea). Al hablar de Patria estamos hablando de una herencia que hemos recibido, mientras que la “Nación” se refiere al futuro. Si la Patria es una herencia, la Nación es una misión a realizar. Pasado y futuro son los conceptos de Patria y Nación. La Patria no sólo son los símbolos patrios, la Bandera, la Escarapela o el Himno Nacional. Estos la representan, pero ellos solos no son la Patria. Tampoco es solamente un territorio hasta las fronteras físicas. La Patria tiene un cuerpo, pero también tiene un alma.
 Patria física es el territorio. Aunque nos vayamos lejos, siempre llevaremos dentro de nosotros la imagen de una determinada geografía, de un territorio donde habremos crecido y donde nos habremos arraigado como lo hace el árbol a la tierra para echar sus raíces y poder desarrollarse, crecer y dar frutos. De ahí que lo primero que la Patria exige sea un territorio en donde enraizarnos. La idea nace en el Génesis: “Tomó pues, Jahvé Dios al hombre y lo llevo al jardín del Edén para que lo labrara y lo cuidase”. (Gen II 15).

Para el hombre antiguo y clásico, la Patria era algo muy concreto, muy real. Para Cicerón, la Patria era “el lugar donde se ha nacido”. Para los griegos, la Patria se asentaba en una tierra determinada. Los romanos hablaban de “la terra patrum”, la tierra de los padres, y se sentían inseparablemente ligados a la tierra de sus antepasados. Cuando Rómulo fundó Roma llevó consigo tierra de su patria natal y de sus dioses. De ahí nace el concepto de “extranjero”, el que no pertenece a la tierra patria y de ahí que, durante siglos, el destierro fuera el peor castigo que se podía dar a un hombre después de la muerte Pero la Patria es además una casa, un hogar. Como lo describe el P. Alberto Ezcurra: “Cuando pensamos en la Patria, en el territorio físico de la Patria como en la casa de nuestra familia grande, podemos pensar más bien en aquella casa solariega, en aquella casa en la cual la familia se aquerenciaba y tenía historia en sus paredes, en sus árboles, en sus muebles; en aquella casa que había sido habitada durante generaciones, en la cual se arraigaba de una manera profunda el corazón de una familia”. (2) La Patria espiritual es el patrimonio cultural, una asociación espiritual unida por los mismos lazos, históricos, culturales, religiosos, nacionales. Son los argentinos que viven en ese territorio, más los que lo han labrado y trabajado. Los presentes que con su esfuerzo diario la sostienen de pie y la llevan adelante. Los que han honrado y han muerto por esa tierra, por esa cultura y esas tradiciones. Los que algún día vendrán a trabajar y luchar pero todavía no han nacido más los que vendrán después, en un futuro, pero que también tiene derecho a recibirla en su integridad y no cercenada porque pasó por nuestras manos. Todo este cúmulo cultural de principios y valores a defender es la Patria espiritual. 

Como bien lo describe Jean Ousset: “Recibimos por así decirlo, a granel, el capital material, la herencia espiritual, intelectual y moral que nos han dejado nuestros abuelos. Ese capital, esa herencia constituye la patria... Esa unidad humana durable que es la nación, esta continuidad en el tiempo de las generaciones pasadas, presentes y futuras, sólo puede hacerse sobre los valores, que por ser verdaderos y eternos son también los que aseguran vida y duración a las sociedades fundadas sobre ellos”. (3) La lengua es la expresión más notoria de este patrimonio cultural y probablemente la lengua patria el mejor medio para transmitir la cultura y el legado cultural que se hereda de los antepasados. La revolución anticristiana, en su intento de destruir nuestra cultura, ha dado el golpe mortal sobre el lenguaje escrito (y por ende hablado) en la educación, justamente para romper este eslabón de transmisión de la cultura de una generación a otra.

La juventud actual no conoce su idioma, no tiene vocabulario y esto le impide comunicarse. Se expresa sólo con monosílabas y de una manera totalmente rudimentaria. Este conocimiento tan primario del lenguaje los condicionará a una manera primaria de pensar porque ya no podrán manifestar ni sus ideas ni sus pensamientos. En el orden del embrutecimiento de la persona y de la destrucción de la cultura este es un puntal clave, porque los jóvenes captarán más de lo que serán capaces de expresar y las palabras no les alcanzarán para dar a entender sus ideas y sentimientos, lo que les generará una enorme frustración espiritual y psicológica.

No es igual poder expresar que uno está triste con todos los matices que ello conlleva a decir que a uno le da “cosa”. No es lo mismo expresar que uno tiene temor ante la muerte y el propio juicio, con todos los matices de la lengua, que decir que uno tiene “cuiqui” No es lo mismo decir que algo nos da vergüenza que decir que nos da “cosa”. Los llevan adrede a manejarse con sólo 200 palabras del idioma y a desconocer la belleza de los matices que encierra nuestra lengua de más de 10.000     vocablos. Podemos decir, además, que nuestra familia y todas las 0familias que viven en esta tierra conforman la Patria grande.

Hemos visto que a “la Patria no se la elige sino que se la honra. Cuán equivocado estuvo Rousseau al decir que la Patria es un “contrato social”. No somos miembros de la Patria por un contrato colectivo. La Patria no es comparable a un partido político o a un club deportivo, a los cuales podemos afiliarnos o de los que podemos retirarnos libremente. No es así la Patria, un contrato que se puede romper, un contrato rescindible. La Patria me viene con el nacimiento, previamente a toda elección mía voluntaria. Es, pues, una mentira del liberalismo, la del contrato social, pero también lo es del marxismo, con sus “proletarios del mundo uníos”, tan apátrida como aquel. La Patria es una realidad anterior y superior a las clases sociales. Puedo cambiar de clase, pero no de Patria”. (4) La revolución cultural ha impuesto para combatirla el llamado “ciudadano del mundo”, concepto creado por el nuevo orden mundial para que la persona no se sienta que pertenece a ninguna Patria en especial y sientan menos violencia cuando ellos se la quitan.

Cuanto más profundas sean las raíces, más recursos tendrá la planta para sobrevivir. De la misma manera, cuantas más raíces tenga una persona, mejor podrá resistir los embates de los enemigos de su cultura, como ya hemos especificado en una anécdota muy ilustrativa en otro capítulo. De ahí que sea urgente educar a los jóvenes en el amor trascendente de la Patria, para que sepan anteponer el bien nacional a sus intereses personales, particulares o sectoriales. Ya Aristóteles en su libro sobre Política explica que las virtudes políticas no se improvisan (como nada de lo que requiere aprendizaje e información) y así es indispensable que la autoridad pública procure adiestrar a los niños para su futura actuación ciudadana. Santo Tomás, comentando la doctrina aristotélica, también afirma la necesidad de un plan educativo común a todos los jóvenes para que la formación política en la sociedad sea homogénea. No es que desautorice el lugar prioritario de los padres en la educación, sino reforzar la idea de que la educación pública y común debe estar enriquecida por las virtudes patrióticas relacionadas on el Bien Común. Si bien es cierto que los padres son los primeros educadores, los gobernantes debieran tener al menos la actitud paternal en orden a los ciudadanos por ellos gobernados. De ahí resultará que un buen católico será siempre el mejor ciudadano, sometido a la autoridad civil legítima constituida en cualquier forma de gobierno. De ahí concluimos que la educación, ya sea pública como privada, no puede desinteresarse de la formación del espíritu patriótico que genera el Bien Común. La revolución anticristiana ha penetrado en la educación y socavado estos valores que estaban en la médula de los jóvenes argentinos, para lograr sus fines de dominación sobre las personas.

El cristiano debe amar la Patria por dos motivos: 

Por la virtud cristiana de la piedad, que está implícita en el 4to mandamiento y nos manda honrar, venerar y respetar a los padres y a la Patria, es decir, a aquellos de quienes recibimos la vida, los alimentos, la educación, la lengua, la raza, la fe y toda nuestra cultura. El amarla no es una opción, sino un mandato del cielo. Después del apostolado de trabajar por la salvación eterna de los hombres, el trabajar por el Bien Común de la Patria es el más alto ejercicio de caridad que une los dos amores: Dios y el prójimo.

Solamente el cristianismo lleva al patriotismo a su plenitud, ya que quien no ve en la defensa de la Patria los valores trascendentes y se reconoce peregrino en esta tierra, corre el peligro de caer en un nacionalismo pagano (agarrado solamente al suelo como si fuese la Patria definitiva) abierto a desviaciones. El P. Castellani lo expresó de esta manera: 
Amar a la Patria es el amor primero.
Y es el postrero amor después de Dios.
Y si es crucificado y verdadero.
Ya son un solo amor, ya no son dos.
Y San Agustín:
Ama siempre a tus prójimos,
Y más que a tus prójimos, a tus padres,
Y más que a tus padres, a tu Patria,
Y más que a tu Patria, ama a Dios.
El amor a la Patria es el punto de equilibrio entre el amor a nuestra familia, a los nuestros y el amor a la humanidad. No se puede amar ni respetar a otras Patrias si no se ha aprendido a amar la propia primero. Hay quienes se preocupan por los problemas de la humanidad, del hambre de otros países, pero son incapaces de amar el lugar en donde Dios ha querido que nacieran. No hay amor verdadero de lo anónimo y, mientras más se ama lo anónimo, menos se ama a los hombres en concreto, y esto sirve para las personas y sirve también para las patrias. El patriotismo no es alérgico a la integración con otras naciones, lo que le rechaza es el diluirse en un cosmopolitismo vago y desencarnado. Esta integración nosotros los argentinos la podemos soñar con los países hispanoamericanos, con quienes tenemos las mismas raíces grecolatinas ibéricas católicas. Aquella unidad en la diversidad, propia de las patrias cristianas europeas que fue la Cristiandad (hoy en plena decadencia y apostasía) ha dejado sus hijos en Hispanoamérica tal vez con una misión que la Providencia quiera asignarnos de reconstrucción..

“Es inútil soñar. Uno podría decir: ¡Cómo me hubiese gustado nacer en tal país, vivir en tal siglo, en tal lugar de la historia con tales obispos, con tales gobernantes! Pero este es nuestro tiempo, este es nuestro lugar, el querido por Dios. Lo que debemos amar (digámoslo siguiendo el verbo del P. Escurra) es esta Patria nuestra que nació cristiana, que amaneció como un sueño en la mente de los Reyes Católicos, que surcó el océano en las carabelas de Colón, que vio desplegar el celo de los misioneros y el coraje de los conquistadores. Es ésta la Patria que debemos amar, la Patria de nuestros próceres, los auténticos, aquellos que cuando salían al combate, como San Martín y Belgrano, le ofrecían a la Santísima Virgen su bastón de mando y le dedicaban sus victorias. La Patria de los gauchos, en quienes se encarnó algo del espíritu de la Caballería, ese espíritu generoso y desinteresado, del amigo capaz de tender la mano, capaz de jugarse en las patriadas. Esta es nuestra Patria concreta. Y también la constituyen aquellos inmigrantes honestos, que vinieron para arraigarse en nuestra tierra y que, con su trabajo, abrieron surcos a fuerza de sacrificios, haciendo vergeles de los páramos. Muchas veces sus hijos y nietos fueron más patriotas que los nacidos en la tierra. También ellos son la patria” (5).

Y ya en un lenguaje más actual el P. Ezcurra (haciendo referencia a una anécdota de su vida) nos cuenta que, estando en Rio Gallegos con motivo de la movilización por el problema del Beagle, cuando el peligro de la guerra ya había cesado, una noche, cenando en una estancia, le preguntó al dueño de casa:
- “Dígame, ¿usted nunca tuvo miedo? - El viejo se quedó pensando y después dijo:
- Si, una noche tuve miedo. Acá, cuando uno planta un árbol en esta tierra dura y de vientos fuertes, no lo planta para uno, lo planta para los hijos, para los que van a venir. Aquellos álamos de allá los plantó mi padre, aquellos cerezos grandes los plantó mi abuelo hace ochenta años. Y yo un día me puse a pensar: si hay guerra, van a bombardear donde hay árboles. Y si destruyen estos árboles que plantaron mi padre y mi abuelo, yo que tengo 62 años y no tengo hijos, ¿Me animaría a hacerlos crecer de vuelta? Tuve miedo y me quedé dando vueltas en la cama hasta las tres de la mañana. Y a las tres de la mañana dije: “Empezaré de nuevo”. Comenta Escurra que jamás vio un patriotismo expresado de una forma más sencilla. Aquel hombre amaba a la tierra porque había sido hecha con el sacrificio de los padres y de los abuelos. No era sólo un pedazo de tierra. Era su Patria, la tierra de sus padres.” (6)

De ahí que amar a la Patria sea también un deber de Justicia, al darle “a cada uno lo suyo, lo que le corresponde, a lo cual tiene derecho”, y la Patria tiene derecho a ser querida y defendida por sus propios hijos, aunque éstos sean capaces de ver sus miserias. El amor patrio no debe ser ingenuo sino crítico. Así amó Sócrates a Atenas y Dante a Florencia. Belgrano murió exclamando “ Hay Patria mía!” Y José Antonio al referirse a España decía: “Nosotros no amamos esta ruina, a esta decadencia de nuestra España física de ahora. Nosotros amamos a la eterna e inconmovible metafísica de España”(7).

Cristo también amaba a su Patria y lloró pensando en la ruina de Jerusalén y Juan Pablo II, cuando era todavía arzobispo en Polonia, se expresaba así a sus fieles: “No nos desarraiguemos de nuestro pasado, no dejemos que éste nos sea arrancado del alma. Es éste el contenido de nuestra identidad de hoy. Queremos que nuestros jóvenes conozcan toda la verdad sobre la historia de la nación, queremos que la herencia de la cultura polaca, sin desviación de ninguna clase, sea transmitida siempre a las nuevas generaciones de polacos. Una nación vive de la verdad sobre sí misma, tiene derecho a la verdad sobre sí misma y, sobre todo, tiene derecho de esperarla de quienes educan... No puede construirse el futuro más que sobre este fundamento. No se puede forjar el alma del joven polaco si se lo arranca de este suelo profundo y milenario. Por esta razón nosotros, en este lugar, elevamos una oración por el futuro de nuestra Patria, porque nosotros la amamos.  Ella es nuestro gran amor. Que nadie se atreva a poner en tela de juicio nuestro amor a la Patria. Que nadie se atreva.” (8)

¿Por qué tenemos que defenderla y por qué el patriotismo es una virtud?... Porque de la misma manera que si alguien nos tira una trompada a la cara, el brazo instintivamente (como miembro del cuerpo) se levanta a defenderlo (aunque lo quiebren). Nuestra patria amenazada exige la misma reacción de sus hijos para defenderla... Si ésta es una reacción instintiva de un cuerpo en el ámbito natural, mucho más lo será la Patria que conlleva aún un cuerpo espiritual. Nuestra querida Argentina hoy está atacada por invasiones peores que la de los ingleses en el siglo pasado. Hoy, bajo la excusa de la globalización, sufrimos la invasión cultural. Pio XI, en la misma Encíclica que condeno al comunismo, condenó “el imperialismo internacional del dinero” que erosiona y presiona contra la soberanía de las naciones.

¿Y cómo logran nuestros enemigos destruirnos?...”Ante todo, mediante la pérdida de nuestra soberanía cultural. Asistimos a una inteligente campaña de vaciamiento en dicho campo, una auténtica invasión cultural, sobre todo a través de los medios de comunicación, que van haciendo de nuestros jóvenes una masa homologada e informe, sin ideales, sin memoria, sin tradiciones, sin amor a la Patria. Y ello con una música de fondo que, al mismo tiempo que aturde, vacía de ideas las cabezas.

No será ya una invasión armada. Es una invasión pacífica, silenciosa, pero tremendamente eficaz. Será menester enfrentarla consolidando el ser nacional. Porque si un pueblo tiene arraigado su espíritu en las raíces más profundas de la cultura, de la tradición, de la propia lengua, ese pueblo nunca será dominado, porque el espíritu es más fuerte que la materia.

Se quiere, asimismo, destruir la familia. Lo están haciendo mediante la propagación del divorcio, con la consiguiente burla de la fidelidad hasta la muerte, propia del matrimonio, la pornografía, el fomento de la rebelión de los hijos en contra de sus padres, el permisivismo de estos últimos, el envenenamiento del alma de los niños, la escuela sin Dios... Cuando uno de los llamados “chicos de la calle” comete un delito, se lo mete en la cárcel, pero no se mira por qué ello sucedió. Ese chico no tuvo familia, no se le inculcó la moral, se le quitó la enseñanza religiosa, no se le explicó el sentido de su vida, de dónde viene y a dónde va... Junto con el vaciamiento cultural y la destrucción de la familia viene lo más grave, el atentado contra la religión que nos dio luz. Recordemos que ya hace años decía el Presidente Roosevelt, refiriéndose a las Patrias de Ibero América: “Creo que será larga y difícil la absorción de estos países por los Estados Unidos mientras sean países católicos”. La unidad de fe y el espíritu del catolicismo constituían el principal obstáculo para sus planes de hegemonía...La tarea destructiva llega principalmente por la enseñanza, sobre todo de la historia. No se enseña la historia verdadera.

Bien saben los pedagogos que los niños aprenden sobre todo por el ejemplo... Con facilidad se exaltan próceres equívocos, que frecuentemente vivieron de espaldas a la patria, que admiraban todo lo que venía de los Estados Unidos, de Inglaterra o de la Francia revolucionaria, de cualquier lado menos de donde habíamos recibido la fe, la cultura y la lengua, que creyeron que la Independencia de la Madre Patria no fue la separación de un hijo llegado a su madurez, sino el repudio de todo lo que nos vino de España, incluida la fe católica.

Ha dicho Castellani: “no es un mal que en la Argentina haya habido traidores y traiciones; el mal está en hacer estatuas a los traidores y adorar traiciones”... Los santos y los héroes están siendo reemplazados por los ídolos, los ídolos de la farándula, de la publicidad, de la televisión, de la música, del deporte, de las películas. Tales son los ejemplos que se proponen a los jóvenes. Frente a esta situación dramática de un país que parece abocado a su propia demolición por la ruptura con las fuentes de su tradición no nos queda, como dice Caturelli, sino reafirmar más que nunca el concepto cristiano de la Patria...

El nacionalismo surge y es legítimo cuando la patria esta envenenada, cuando se la arremete seductoramente desde afuera y también desde dentro para hacerla cautiva. El imperialismo de hoy, que a eso precisamente tiende, sabe muy bien que a una patria no se la cautiva con las armas simplemente, si antes no se la ha vaciado de contenido, no se la ha desvertebrado, descerebrado.
Antes que matar el cuerpo, hay que matar el alma. (9)

Todas las patrias cristianas deben ser defendidas ya que todas ellas conservan una parte de herencia de la Cristiandad. Aunque hubiese un 90% de argentinos que no les importase que nuestra Patria llegase a ser una estrella más de alguna bandera extranjera, el 10% restante tendría el derecho y el deber moral de defenderla aún con las armas, como en el Paraíso, en donde Dios puso un ángel, no con una guitarra eléctrica... sino con una espada... Rogamos para que la Santísima Virgen, quien se empecinó en quedarse con nosotros (y no hubo bueyes que pudieran moverla) se haya vestido con nuestra bandera para liderar esta colosal batalla que nos espera.

Notas:
(1) “La educación de las virtudes humanas”. David Isaacs. Editorial Eunsa. Pág. 443.
( 2) “Las siete virtudes olvidadas” R.P Alfredo Saenz. Ed. Gladius. Pag.401.
( 3 ) “Las siete virtudes olvidadas”. R.P Alfredo Saenz. Ed. Gladius. Pag.41
(4) “Las siete virtudes olvidadas” R.P Alfredo Saenz. Ed. Gladius. Pag.413.
(5) “Las siete virtudes olvidadas”. R.P Alfredo Saenz. Ed.Gladius.Pag.417
(6) “Las siete virtudes olvidadas” R.P Alfredo Sáenz. Ed. Gladius.Pag.437.
(7) “Las siete virtudes olvidadas” R.P Alfredo Sáenz. Ed.Gladius.Pag.439
(8) “Las siete virtudes olvidadas”. R.P Alfredo Sáenz. Ed.Gladius.Pag.445
(9) “Las siete virtudes olvidadas” R.P Alfredo Sáenz. Ed. Gladius.Pag.460. 

La lealtad 

La lealtad es una virtud que “acepta los vínculos implícitos en su adhesión a otros (amigos, jefes, familiares, patria, instituciones, etc.) de tal modo que refuerza y protege a lo largo del tiempo, el conjunto de valores que representan”. (1)

Dicho en otras palabras, la lealtad es la virtud que nos lleva a mantener los vínculos y compromisos que hemos contraído con los demás (Dios, Patria, principios, doctrina, superiores, jefes, patrones, afectos, familiares y amigos) y reforzando los valores que hay en ellos.  “Nada hay comparable a un amigo fiel. Su precio es incalculable” nos dice Dios en el Eclesiastés. (Ec 5, 1). Porque la lealtad es la virtud propia de los hombres de bien, y nos habla de estabilidad emocional, de constancia en los afectos, de responsabilidad en los lazos y compromisos contraídos, de seriedad en nuestra palabra empeñada. La lealtad tiene que ver con los procederes. Es racional protegiendo se elige libremente ser leal y se paga el precio por ello. No hay términos medios, o se es leal o se es traidor porque lo opuesto a la lealtad es la traición.

La lealtad es diferente al compromiso. Podemos decir que la lealtad es la causa que nos lleva a tomar los compromisos. Una persona es leal cuando protege, apoya y defiende valores que promueve la institución a la que se haya vinculado. La Iglesia, la Armada, el Ejército, una institución, un colegio, un club o una familia. De ahí que, cuando el buen nombre o el honor de una institución a la que se pertenecen y que uno ama es atacado, la obligación moral de quienes la amamos es defenderla. Por supuesto que no es lo mismo referirse a la Iglesia, a la Patria, a un movimiento de parroquia, a un club de deporte o a una agrupación de trabajo. Como en todo hay escalas de respuestas a cada caso. Nadie me pide que de la vida por el club de golf. Pero en el caso de que se tratase de la Iglesia, quienes la integran deben defenderla hasta el martirio físico o espiritual. En el caso de las Fuerzas Armadas (que defienden el patrimonio físico y cultural de la Nación) quienes la integran han jurado ante la bandera defender a la Patria hasta entregar su vida por ella y, si ésta es amenazada, entonces será necesario ofrendarla. La lealtad es una virtud relacionada con la veracidad. Si lo que defendemos no es ni bueno ni verdadero ya no será lealtad, sino complicidad que, además de ser un arma de doble filo, no es virtud sino error e injusticia. En el caso de que surgiere un conflicto con un amigo y nuestro club de siempre, la lealtad nos llevará a decidir con objetividad (según la importancia de los valores en juego) no caprichosamente, a favor de nuestro amigo o en defensa de nuestro club. La lealtad no implica que un amigo apañe o sea cómplice de otro en su falta de responsabilidad en el estudio o en el trabajo, en la droga o en la homosexualidad, para que el padre no se entere. Eso no es lealtad sino grave complicidad, que además implica una grave responsabilidad ante Dios y el prójimo. La corrección fraterna es el primer deber de la caridad.

Las palaras vincularse o pertenencia son muy importantes para la lealtad. Hay vínculos explícitos y evidentes como pertenecer a la misma institución, otros serán implícitos como la familia y no será necesario aclararlos. Una persona es leal cuando mantiene un compromiso y se siente que pertenece o está vinculada a una determinada familia, colegio o club, enfrentando las consecuencias de sus actos para mantenerse fiel a ellos y sin cambiarlos por mejoras superficiales o traicionar lo que se ha propuesto. La verdadera lealtad aflora cuando hay contratiempos, ataques, traiciones, equivocaciones o malas decisiones. Será lealtad no irse a jugar al fútbol caprichosamente por otro club que no sea el nuestro aunque nos convenga más porque es un club mejor. No irnos a trabajar con la competencia por una mínima diferencia que no nos cambiará la vida. Si me independizo de una empresa y me voy por cuenta propia no será lealtad aprovecharme valiéndome de toda la información aprendida confidencialmente. La lealtad exige cierta renuncia a una mejora en aras de la fidelidad, de la gratitud, de otros valores que no se miden con el dinero.

Nos vendrán momentos de dudas y de angustias, de olvidos y traiciones, tal vez hasta de persecuciones y castigos, pero la regla del bien obrar, que es la de la verdad y de la lealtad, tarde o temprano tendrá su recompensa cuando blanqueamos nuestras intenciones. Nuestro Señor nos lo avala en el Evangelio cuando dice: “Dichoso el criado a quien su amo, cuando llega, lo encuentra cumpliendo con su deber”. (Mat. 24, 45-46).

La máxima: “El que avisa no es traidor” tiene cierta rectitud, pero... le falta hidalguía Si aviso y comunico que me voy a trabajar a otra empresa porque me han mejorado las condiciones laborales, a jugar en otro equipo que no sea el de mi club por un determinado motivo, no falto a la lealtad, pero el despreciar lo que otros me han enseñado durante años por una poca mejora simplemente material que no me cambiará la vida es una actitud de poco vuelo. Cuando expongo las razones y los motivos que me hacen inclinarme en una determinada actitud no traiciono. No actuó con engaño, sino que pongo las cartas sobre la mesa. Pero hay una instancia superior, que es la lealtad, que me lleva a sacrificar algo que me puede beneficiar y me inclina a quedarme (mis compañeros de trabajo, mi socio en los momentos difíciles, la empresa que me enseñó y pagó por mis errores y aprendizajes durante años, la institución que me dio posibilidades de crecimiento o mis compañeros de equipo que tanto me apoyaron al comenzar mi carrera deportiva) aún a costa de la pérdida de mejoras La lealtad no se limita al “toma y daca”. La lealtad surge de una obligatoriedad moral interior y se asume libremente. 

Digamos, el ir como veletas, sin arraigo, y al salto continuo de lo que nos brindará solamente mayores beneficios económicos no es la actitud superior de una persona leal y será mezquino de nuestra parte el no devolver en la medida en que hemos recibido. Un ejemplo conocido (aunque muy imperfecto para un humano) de la lealtad es un perro o un caballo. Si bien los animales actúan por instinto, si le aseguramos a un perro la comida y cierto bienestar sabemos que no nos traicionará por otro amo que lo alimente mejor y no nos morderá. Es antinatural que un perro muerda a su dueño, quien le brinda afecto, lo alimenta y lo protege. El hombre es capaz de traicionar pero, como hijo de Dios que es, también es capaz de actuar de manera muy superior a los animales que, si bien son fieles por instinto, no saben ni lo que arriesgan ni lo que ponen en juego, y el hombre sí. El dolor de experimentar la traición humana lo expresa bien el corazón de Dios cuando dice en boca del profeta Isaías en el Antiguo Testamento, pre anunciando a Cristo: “Crié hijos, y los engrandecí, y ellos se rebelaron contra Mí. El buey conoce a su dueño, y el asno el pesebre de su Señor”. (Isa 1: 2-3). El ansia de superación personal es lícita y no es incompatible con la lealtad. La necesidad de superarse o aún de ser el primero, no implica necesariamente arrogancia o soberbia; puede responder a una profunda necesidad espiritual de lograrlo través de una entrega absoluta y en competencia leal con los demás compañeros de clase, de deporte o de cualquier otra actividad.

Escuchar atentamente a los maestros, estudiar en los libros para ahondar conocimientos y tomar conciencia del placer que se siente al compartir lo que se sabe con los demás, puede desarrollarse en un ámbito de sincera lealtad. En el caso de un soldado o militar, donde la lealtad juega un papel fundamental y donde la ausencia de esta virtud tiene consecuencias desastrosas, ellos obedecen por disciplina. No debiera ni ponerse en duda una orden recibida por el superior, pero la rectitud moral de los superiores debería ordenar todas las ordenes de un militar. Esto generará una relación de lealtad recíproca. Porque ambas partes compartirán los principios de honor. Esto hace que la obediencia sea la primera virtud de un soldado. Por medio de la obediencia se consolida la confianza y la lealtad entre los jefes y los subalternos, modela el espíritu de cuerpo de la unidad militar alrededor de una sola voluntad que no debiera traicionar y debiera cubrir las espaldas de sus subalternos. Cuenta la historia que dos amigos combatían en Francia en un campo de batalla en la misma compañía. Al encontrarse uno de ellos con riesgo de muerte bajo el fuego enemigo, el otro pidió permiso a su superior para ir a rescatarlo, aún sabiendo que tendría pocas probabilidades de sobrevivir. Al llegar hasta él, lo encontró muriéndose y lo arrastró hasta un lugar más seguro. No pudo salvarle la vida, pero sí pudo oír de boca del soldado amigo moribundo las palabras que lo justificaron todo: “Sabía que vendrías, presentía que vendrías...”

El pecado contrario a la lealtad es la traición, el quebrantar la lealtad o fidelidad que debemos tener a nuestro Dios, a nuestros principios, a nuestros afectos y a las personas que confían en nosotros No hay términos medios, o se es leal, o se es traidor, aunque las traiciones muchas veces aparentemente no sean de gran envergadura. A partir de Judas con su traición a Cristo esta miseria humana es considerada naturalmente como una de las más bajas. Tanto es así que no se pone ese nombre a un hijo.

Notas:
(1) “La educación de las virtudes humanas”. David Isaacs. Editorial Eunsa. Pág.239

En Relación al patriotismo
1. El hombre es un ser histórico. Nace en una familia, aprende un idioma, se sumerge en una cultura, acoge la religión que le enseñan en casa o en la parroquia.

Platícanos un poco sobre tu familia, cultura, tu patria, tu fe.
2. ¿Por qué es urgente educar a los jóvenes en el amor trascendente a la Patria?
3. Explica la diferencia entre patriotismo (sano amor a la propia patria) y nacionalismo (una degeneración peligrosa)
4. ¿Por qué el cristiano debe amar a la Patria?
5. ¿Algún comentario o sugerencia? 

En relación a la lealtad
1. ¿Por qué la lealtad es la virtud propia de los hombres de bien?
2. ¿Por qué la lealtad es contraria a la complicidad?
3. ¿Por qué vivir la virtud de la lealtad exige renuncia, fidelidad, gratitud?
4. ¿Cuáles crees que sean los motivos principales por los que hoy en día no es muy practicada esta virtud?
5. ¿Algún comentario o sugerencia?

Para reflexión personal

1. ¿Amo a mi Patria como la madre que me ha dado todo? ¿Mi amor por ella es agradecido? ¿De qué manera lo agradezco?
2. ¿Trato de conocer más mi Patria, sus valores, sus riquezas, sus dolores y sus problemas? ¿Me duele verla difamada, despreciada? ¿La hago respetar estimar por mi manera de comportarme?
3. ¿Soy una persona leal? ¿Soy capaz de sacrificarme y renunciar a un beneficio personal por el bien de mi familia, de mis hijos, de las personas e instituciones a las cuales le debo gratitud? ¿En seño a mis hijos a vivir esta virtud ante todo enseñando a cada uno a reconocer sus propias faltas para no incriminar a los demás?
4. ¿enseño los límites entre ser confiable y confidente y ser cómplice? ¿Vivo esto?
¿O con frecuencia me convierto y me permito ser cómplice, ser todo lo contrario a la virtud de la lealtad?
5. ¿Se denunciar lo que está mal aunque pierda un amigo? ¿Enseño esto con mi ejemplo a mis hijos?

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