Por Carlos J. Díaz Rodríguez
Febrero de 2011
Hoy que tanto se habla acerca de la emergencia educativa, como parte de la postmodernidad, planteando nuevos desafíos, en el campo de la educación y de la familia, viene a mi mente, la historia de una mujer que se tomó en serio su papel como formadora de un gran número de generaciones en la ciencia y en la fe. Se trata de una mexicana, nacida el 5 de julio de 1894, en la Ciudad de México, llamada Ana María Gómez Campos.
Desde pequeña, Gómez Campos, entre el juego y las cosas sencillas, mostró una gran capacidad humana e intelectual. Antes ir al colegio, ya sabía leer y escribir, pues poseía una inteligencia muy viva. A los 15 años, en medio de su interés por estudiar medicina, se sintió llamada la vida religiosa, sin embargo, por azares del destino, tuvo que esperar unos años más. En 1910 ingresó a la Escuela Normal, graduándose como maestra de educación primaria en 1917. Le seguiría un gran número de títulos y posgrados, llegando a formar parte del primer círculo de psicología experimental de México.
Después de tomar como director espiritual al P. Félix de Jesús Rougier, redescubrió su vocación a la vida consagrada, como fundadora de una nueva congregación en la Iglesia. Al pensar y pesar las cosas delante de Dios, junto con el P. Félix de Jesús, llevó a cabo la fundación de las Hijas del Espíritu Santo, el 12 de enero de 1924, en la ciudad de San Luis Potosí. La M. Ana María Gómez Campos, a pesar de la persecución religiosa, llegó a fundar varios colegios en distintos puntos del país. Se dio cuenta que sólo ofreciendo una educación católica de calidad, podía influir en una sociedad deshumanizada, lo cual, a su vez, marcó el rumbo de su vocación.
Sabía mantener el equilibrio entre el aspecto pastoral y el académico, construyendo una educación integral. Una vez que los primeros colegios de la congregación se estabilizaron, impulsó el desarrollo de centros educativos para adultos y niños de escasos recursos. A lo largo de su vida, comprendió que los colegios y los padres de familia, lejos de caminar en paralelo, tienen que ayudarse e impulsarse mutuamente.
La M. Ana María Gómez Campos, quien actualmente se encuentra en proceso de canonización, desarrolló muchos apostolados, sin embargo, uno de los más importantes, partió de su opción por la educación. Murió el 24 de marzo de 1985, después de haberse entregado a favor de la niñez y de la juventud mexicana.
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