sábado, 30 de abril de 2011

Hecha en México, "exportada" al cielo

  

Por Carlos J. Díaz Rodríguez

Febrero de 2011

 

 

Hoy que tanto se habla acerca de la emergencia educativa, como parte de la postmodernidad, planteando nuevos desafíos, en el campo de la educación y de la familia, viene a mi mente, la historia de una mujer que se tomó en serio su papel como formadora de un gran número de generaciones en la ciencia y en la fe. Se trata de una mexicana, nacida el 5 de julio de 1894, en la Ciudad de México, llamada Ana María Gómez Campos.

 

Desde pequeña, Gómez Campos, entre el juego y las cosas sencillas, mostró una gran capacidad humana e intelectual. Antes ir al colegio, ya sabía leer y escribir, pues poseía una inteligencia muy viva. A los 15 años, en medio de su interés por estudiar medicina, se sintió llamada la vida religiosa, sin embargo, por azares del destino, tuvo que esperar unos años más. En 1910 ingresó a la Escuela Normal, graduándose como maestra de educación primaria en 1917. Le seguiría un gran número de títulos y posgrados, llegando a formar parte del primer círculo de psicología experimental de México.

 

Después de tomar como director espiritual al P. Félix de Jesús Rougier, redescubrió su vocación a la vida consagrada, como fundadora de una nueva congregación en la Iglesia. Al pensar y pesar las cosas delante de Dios, junto con el P. Félix de Jesús, llevó a cabo la fundación de las Hijas del Espíritu Santo, el 12 de enero de 1924, en la ciudad de San Luis Potosí. La M. Ana María Gómez Campos, a pesar de la persecución religiosa, llegó a fundar varios colegios en distintos puntos del país. Se dio cuenta que sólo ofreciendo una educación católica de calidad, podía influir en una sociedad deshumanizada, lo cual, a su vez, marcó el rumbo de su vocación.

 

Sabía mantener el equilibrio entre el aspecto pastoral y el académico, construyendo una educación integral. Una vez que los primeros colegios de la congregación se estabilizaron, impulsó el desarrollo de centros educativos para adultos y niños de escasos recursos. A lo largo de su vida, comprendió que los colegios y los padres de familia, lejos de caminar en paralelo, tienen que ayudarse e impulsarse mutuamente.

 

La M. Ana María Gómez Campos, quien actualmente se encuentra en proceso de canonización, desarrolló muchos apostolados, sin embargo, uno de los más importantes, partió de su opción por la educación. Murió el 24 de marzo de 1985, después de haberse entregado a favor de la niñez y de la juventud mexicana.

 



Enojados con Dios

 

Querien Vangal


El enojo no es sino la manifestación de que lo que está sucediendo nos duele y la mayoría de las veces lo que nos duele tiene mucha razón para que así sea.


¿Quién no se ha sentido enojado con Dios cuando algo no le ha salido bien, cuando su vida se llena de contradicciones, cuando levanta la mirada para decir ¿por qué a mí? ¿Quién no ha sentido hervir su interior cuando tiene ante los ojos la tragedia de los inocentes, o cuando la perversidad humana se desborda? Los seres humanos no siempre tenemos respuestas, o las respuestas que tenemos son muy insuficientes. En todas estas situaciones sentimos un enojo interior que orientamos no solo a las circunstancias, sino también a Dios. Curiosamente esto es algo positivo pues quiere decir que creemos en un Dios bueno, del que no entendemos cómo en su providencia se puede permitir algo malo. Para poder entender a Dios tendríamos que ser Dios, cosa que obviamente no sucede. Sin embargo, hay caminos que podemos intentar recorrer no para solucionar los problemas, sino para buscar el modo de dar un cauce a ese sentimiento de enojo con Dios.


Lo primero es que no nos tiene que extrañar que nos enojemos con Dios. Seríamos de piedra o de hielo si no fuera así. El enojo no es sino la manifestación de que lo que está sucediendo nos duele y la mayoría de las veces lo que nos duele tiene mucha razón para que así sea. Eso no tiene que inquietar nuestra conciencia. Lo que tenemos que saber es qué hacer con ese sentimiento, cómo lo tenemos que canalizar. Por ejemplo, nos tendríamos que preguntar si nosotros podemos hacer algo ante el mal que estamos contemplando y no solo quejarnos o cruzarnos de brazos. Otras veces tendremos que darnos cuenta de que los males son fruto de la libertad humana y no tanto de lo que Dios decide. Esos males Dios sabrá como reconducirlos hacia el bien y nosotros tendremos que hacernos responsables del uso de nuestra libertad. También habrá ocasiones en las que ni podemos hacer nada, ni lo que sucede es fruto de la libertad. ¿Qué pasa cuando se trata de una enfermedad que se lleva a un muchacho joven o a una madre que tiene a su cargo varios hijos? Ahí sí que el misterio es grande. Y aunque tenemos que ser conscientes de que el ser humano es frágil y que nuestra vida es limitada, estas situaciones no dejan de dolernos.


Hay una palabra que a mí no me gusta mucho que es la palabra resignación. Y sin embargo es una palabra con un hondo significado, pues proveniente del latín, significa abrir un sello, y aceptar una contrariedad. Y me gustaron los dos significados. Lo de aceptar la contrariedad, porque es poner mi libertad ante la contrariedad y decidir qué voy a hacer, si permitir que la contrariedad sea más fuerte o que mis convicciones lo sean. Y en segundo lugar, porque atravesar el misterio del dolor es como romper un sello, el sello de lo desconocido, el sello de lo que nunca llegamos a saber bien. Pero ese sello no lo rompemos solos. No lo rompemos con un Dios soluciona problemas, sino con un Dios compañero de problemas. El no nos suelta, nos abraza, y entiende que estemos enojados, y nos quiere más por el hecho de sabernos enojados. Tener a Dios como compañero es tener al lado a quien, en nuestro enojo, nos hace fuertes, porque con él podemos vencer la sin razón del dolor, con la razón del amor.

 

 



martes, 26 de abril de 2011

El vaso lleno



Dios nos llena, pero para renovar esta experiencia hay que darlo a los demás.


Autor: David Delgadillo

Fuente: Virtudes y Valores

 

 

 

Sólo se puede llenar un vaso si está boca arriba. Se vacía cuando se bebe de él o cuando se ha derramado. Lo mismo ocurre con la vida del hombre: sólo se llena si "mira hacia arriba", si vive con fe.


Es absurdo querer llenar un vaso que no está boca arriba; si lo intento se vaciará de nuevo. Esto sucede cuando buscamos los bienes de este mundo: las riquezas, los placeres, el ser tenido en cuenta por los demás; todo esto pasa. La fama de un futbolista estrella dura mientras todavía es joven o hasta la llegada de otro mejor; o cuando aumenta su precio como jugador, y su talento deja de brillar, entonces los aficionados se olvidan de él. El placer de unas buenas vacaciones siempre termina, como el dinero que se gasta en ellas; luego de un fin de semana hay que volver a la escuela o al trabajo. La popularidad de algunos depende muchas veces de las modas, de la ropa de tal marca, del coche que conduce, del celular... Lo que entra en el hombre que no mira a Dios lo deja vacío, porque los bienes pasajeros no nos aman como lo hace Dios. Es el hombre que se ama a sí mismo, el vaso que se refleja en su contenido derramado.


Es muy grato poder ayudar a otras personas; gustar la satisfacción de ver sonreír a un ser querido, a un amigo, a quien tiene necesidad de nuestro apoyo. Vivir la caridad y el servicio es dar de beber a los que tienen sed, compartiendo aquello que hemos recibido de Dios. Dios nos llena, pero para renovar esta experiencia hay que darlo a los demás. Entonces éste vaciarse se vuelve un momento de gratitud y esperanza en Aquel que se da constantemente, y nos llena una y otra vez.


Mirar hacia arriba es ser conscientes de la presencia de alguien superior. Vivir con fe nos permite encontrarnos con la mirada de Dios que nos ama. Sabernos hijos de Dios nos vuelve sencillos y nos permite descubrir sus dones incluso detrás de los momentos difíciles. Encontramos nuestra plenitud, el vaso queda lleno, porque con la fe nuestra vida adquiere sentido; en palabras de santa Teresa: «Sólo Dios basta».

 

 

 



sábado, 23 de abril de 2011

La felicidad de situación

 

Por: Querien Vangal

Abril / 2011-04-16

 

 

 

Creo que hay mucha gente, pero mucha, que tiene la siguiente filosofía de la existencia: "Sólo es agradable la diversión. Sólo es realmente agradable divertirse". De manera que, en la vida, la única forma posible de alegría radica en la diversión y, por lo tanto, cuanto más se divierta alguien más feliz será. La fuente de la felicidad está, pues, en la diversión.

 

Pero, ¿qué es lo que este tipo de gente entiende por diversión? Ver la televisión, viajar, ir al cine y al teatro; o peor, irse a lugares corruptos e inmorales. Con la tendencia de entregarse a estas cosas de manera desordenada. En esto consistiría propiamente la diversión.

 

No obstante, habrá quien afirme que la infelicidad debe aceptarse por amor al Cielo, por amor de Dios, por temor al Infierno. Pero pensando que, en fin, la vida sosegada, regular, seria y sin diversiones no es una vida feliz, porque la felicidad radicaría en lo festivo.

 

¿Es posible la felicidad en este valle de lágrimas?

Santo Tomás de Aquino afirma algo enteramente verdadero: el hombre, para poder existir, necesita tener algo, por menor que sea, que le proporcione algún placer. Un hombre sin una pizca de felicidad, desaparecería.

 

La Providencia Divina, que es materna y bondadosa, permite dos cosas: por un lado, que la gran mayoría de los hombres posea, al menos, una parcela de felicidad, aunque no una felicidad total, que no existe de hecho en esta vida. Pero, por otro lado, también hace que aquellos a quien Ella más ama pasen por períodos en los que desaparece la felicidad completamente. Son los grandes períodos de la vida de un hombre, cuando "cae la noche" sobre él y de manera absoluta desaparece la felicidad, incluso el consuelo espiritual. Entra, así, en el túnel oscuro, plúmbeamente pesado, de una gran infelicidad. Es necesario ver esas partes trágicas de la existencia como algo permitido por una especial disposición de la Providencia, generalmente de poca duración.

 

Por lo tanto, el hombre necesita tener un fragmento de felicidad. Es necesario preguntarse entonces si dicha parcela de felicidad se identifica con el placer. ¿Cuál es el papel del placer en la posesión de esta porción de felicidad?

 

Analizando diversas situaciones

 

En diversas fases de la historia de algunos pueblos, en ciertas culturas, el placer es excepcional, la diversión es poco frecuente. Son algunas fiestas al año, de diferente naturaleza; y, fuera de esto, la persona no se divierte. ¿Puede uno ser feliz así? Yo respondo: sí, puede, siempre que comprenda bien su situación y sepa encontrar en ella la felicidad que ésta le proporciona.

 

Consideremos, por ejemplo, la vida de un terrateniente de antaño. Vivía, en general, en una casa de campo, que era confortable, por lo menos según sus necesidades y conveniencias. Se encontraba, a veces, separado algunas leguas de la ciudad más próxima, con una carretera no siempre fácil de transitar. Este hombre tenía una tendencia a aislarse en su propiedad, viviendo allí en la placidez de la misma.

 

¿Cuáles eran sus diversiones? Habitualmente, dos o tres festejos al año, como la festividad de la Patrona de la ciudad cercana, la boda de algún pariente o un bautizo, mezclándose la celebración religiosa con la fiesta social. ¿Cuál era, entonces, la alegría que este hombre encontraba en la vida rural? Debería existir, pues, de lo contrario, él moriría. La encontraba en el ejercicio de su actividad agrícola, plantando, dirigiendo la cosecha, supervisando los trabajos… por así decir, reinando en sus tierras. Al mismo tiempo, tenía a su lado a su familia, que era otro pequeño reino. Y en el correcto desempeño de su tarea agraria y familiar, gozaba de la honorificencia y del respeto de sus semejantes. Su felicidad consistía, así, en comprender y degustar esta situación.

 

Un ejemplo similar lo encontramos en los profesores y catedráticos europeos de comienzos del siglo (XX). En general, son hombres de la burguesía, a veces incluso de nivel obrero, que viven del cultivo intelectual de una materia que les gusta y por la cual se interesan. Viven de la enseñanza, que les parece interesante. Desde su cátedra, sabe que tiene una proyección, que es dueño de un prestigio que lo cerca de la aureola y del respeto que merece su situación.

 

Esto vale, asimismo, para el pequeño comerciante. Una figura característica del pequeño comerciante profundamente tranquilo, sereno y equilibrado, es el padre de Santa Teresita del Niño Jesús. Era joyero en la ciudad de Alençon, donde hizo su pequeña fortuna, puede imaginarse con qué honestidad.

 

  1. ¿Es posible la felicidad en este valle de lágrimas?
  2. Analizando diversas situaciones
  3. La templanza, llave de la felicidad
  4. Lo febril: opuesto a la templanza y a la felicidad
  5. El Angelus de Millet

 

A cierta altura de su vida clausuró su comercio, retirándose a vivir a Lisieux, donde construyó su casa –Les Buissonets–, todo un poema de la pequeña gracia menuda pequeño-burguesa. Y allí vivió en la tranquilidad, paz, estabilidad y equilibro de alma que poseía.

 

La templanza, llave de la felicidad

 

Esta degustación de las situaciones, este placer morigerado, constituye propiamente la felicidad. ¿Qué relación hay entre esto y el placer? El placer no es lo opuesto de la felicidad. El placer es como un condimento, como una sal que le da a la felicidad cierto sabor. Porque una vida como la que hemos mencionado, a la larga, puede volverse un tanto anodina. Hace parte de la mutabilidad del espíritu humano que desee, de vez en cuando, cierta variedad. Es concebible que quiera un placer honesto. De manera que el placer no es lo contrarío de la felicidad.

 

La llave de la cuestión está en la templanza. Si el individuo es temperante es capaz de degustar la situación legítima en la que se halla, encontrando ahí la felicidad. Si es intemperante, o si se deja llevar por la intemperancia, pasa a correr tras los placeres; corriendo tras los placeres, corre tras las sensaciones, y corriendo tras las sensaciones, vuelve al punto cero. Son espíritus que transforman en fuente de gozo intemperante incluso cosas que, de suyo, no lo son. Por ejemplo, encontrará placer en el trabajo agitadísimo, que produce como que una embriaguez de realización.

 

Lo febril: opuesto a la templanza y a la felicidad

 

La actividad febril es la manía de tener continuamente sensaciones fuertes, de no vivir en la placidez de una vida ordenada y común, sino de estar inmerso en las sensaciones fuertes. Es una carrera tras la sensación a propósito de todo y de nada. De ahí nace, en gran parte, el desequilibrio de la sociedad moderna. De ahí los mil desatinos de esta civilización nuestra que puede ser llamada de civilización de lo "sensacional", en oposición a la civilización de antaño, que era la civilización de lo racional, de lo razonable, de lo comedido, del equilibrio.

 

El Angelus de Millet

 

Lo que Millet quiso expresar en aquel cuadro, de una manera romántica, es la felicidad sin placer. Es la tranquilidad inmensa del campo, del trabajo que terminó, de la campana de la iglesia cercana que tintinea chamando al rezo del Angelus ; de la pareja que está rezando en la castidad de la vida campesina, con zuecos, en traje de labor y con los instrumentos de trabajo; y que, en la tranquilidad del campo, va a regresar a casa para cenar.

 

Va a descansar, va a sentir el aroma de la comida que comienza a extenderse por la casa, el humo que sube por la chimenea, el ruido de algún animal, un niño que realiza sus últimas piruetas antes de irse a dormir. Llega la noche y llega aquella seguridad dentro de la casa, mientras la inseguridad nocturna domina a su alrededor. Es la alegría, la felicidad de las situaciones.

 

¿No es verdad que todos ganaríamos mucho inhalando esta felicidad, y que es un verdadero infeliz el individuo intoxicado por la idea que la felicidad se encuentra en la agitación? A mí me parece que sí.