domingo, 17 de octubre de 2010

El Derecho moderno y la realeza de Nuestro Señor Jesucristo


Querien Vangal
 
 

 "¡No queremos que El reine sobre nosotros!" "¡No tenemos otro rey sino César!" Son los términos por los cuales los judíos repudiaron la Realeza de Nuestro Divino Salvador.

Y estos son los términos en los cuales todavía hoy se desarrolla la lucha. "El enemigo es el paganismo de la vida moderna, las armas son la propaganda y el esclarecimiento de los documentos pontificios. El tiempo de la batalla es el momento actual. El campo de batalla es la oposición entre la razón y la sensualidad, entre los caprichos idolátricos de la fantasía y la verdadera revelación de Dios, entre Nerón y Pedro, entre Cristo y Pilatos. La lucha no es nueva; es nuevo solamente el tiempo en que ella se desarrolla" (Cardenal Pacelli en su discurso al Congreso de los Periodistas Católicos).

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Pero no son solamente enemigos de la realeza de Nuestro Señor Jesucristo los que se confiesan frontalmente contrarios a su plano de Redención. Hacen coro veladamente con esas voces impías y renegadas, aquellos propios católicos que deforman las palabras del Divino Maestro delante de Pilatos, cuando declaró que su Reino no es de este mundo (Jo. 18, 36), dándoles un sentido restrictivo, como si esa realeza fuese una realeza exclusivamente espiritual, realeza sobre las almas, y no una realeza social sobre los pueblos, sobre las naciones, sobre los gobiernos.

Cuando Nuestro Señor dice que su Reino no es de este mundo, aclara el Cardenal Pie, quiere decir que no proviene de este mundo, porque viene del Cielo, porque no puede ser arrebatado por ningún poder humano.

No es un reino como los de la tierra, limitado, sujeto a las vicisitudes de las cosas de este mundo. En otras palabras, la expresión "de este mundo" se refiere al origen de la Realeza Divina y no significa de ninguna manera que Jesucristo niegue a su Soberanía un carácter de reino social. De otro modo, si no pasase de la órbita estrictamente espiritual o de la vida interna de las almas, habría flagrante contradicción entre esa declaración de Nuestro Señor y otras, por ejemplo aquella en que El dice claramente que "todo poder me fue dado en el Cielo y en la Tierra".

Y como dice Soloviev, "si la palabra a propósito de la moneda había quitado a César su divinidad, esta nueva palabra le quita su autocracia. Si él desea reinar sobre la tierra, no lo puede hacer por su propio arbitrio: debe hacerlo como delegado de Aquel a quien todo poder fue dado en la Tierra".

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Ahora bien, una de las principales características del espíritu revolucionario es justamente la pretensión de realizar la separación entre la vida religiosa y la vida civil de los pueblos.

No es la voluntad expresa de Dios la que prevalece en las leyes, como un dictamen de la recta razón, promulgado por el poder legítimo en favor del bien común, sino la expresión de la mayoría o de la voluntad general soberana. Así, la causa eficiente del bien común no se encuentra fuera y por encima del hombre, sino en la libre voluntad de los individuos. El poder público pasa a tener su primer origen en la multitud y, dice León XIII, "como en cada individuo la propia razón es la única guía y norma de las acciones privadas, debe serlo también la de todos hacia todos, en lo relativo a la cosas públicas. De ahí que el poder sea proporcional al número, y la mayoría del pueblo sea la autora de todo derecho y obligación" (Encíclica "Libertas").

De este modo se repudia en la sociedad moderna la intervención de cualquier vínculo "entre el hombre o la sociedad civil y Dios, Creador y, por lo tanto, Legislador Supremo y Universal". (Doc. cit.).

Antes del siglo XVIII, antes de que la Revolución Francesa hubiese implantado tiránicamente en el mundo el artificialismo del "derecho nuevo" revolucionario, todos los países tenían instituciones políticas y sociales basadas en la fuerza de las costumbres cristianas, instituciones que no habían sido elaboradas por asambleas elegidas por la burla de la soberanía del pueblo.

Como dice Joseph de Maistre, "la constitución civil de los pueblos no es jamás el resultado de una deliberación". No debe ser un simple acto de voluntad que nos dicta, sino sobre todo un precepto de la recta razón que no se puede desconocer, y mucho menos ir contra el mandamiento divino. Las leyes humanas han de emanar de la ley eterna. Si se deja al arbitrio de las eventuales mayorías o de la multitud más numerosa la ley que establece lo que se ha de hacer u omitir, según León XIII, se prepara así la rampa que conduce a los pueblos a la tiranía.

Por lo tanto, transfiriendo el derecho de su fuente natural, que es la voluntad de Dios expresada por la ley natural y por la Revelación, de las cuales la Iglesia es guardiana e intérprete infalible, a los sectarios que por golpes políticos se enseñorearon de los cuerpos legislativos a través de la alquimia del sufragio universal, el liberalismo preparó al mundo moderno para las cadenas que lo atan al Leviatán totalitario.

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Napoleón consolidó la Revolución, no tanto en los campos de batalla, cuanto al codificar el caudal de leyes emanadas de las asambleas revolucionarias.

No debe extrañar, por lo tanto, que Napoleón se declarase más orgulloso por el Código que trae su nombre, que por todas sus victorias como soldado. Consolidó la Revolución, no tanto en los campos de batalla, cuanto al codificar el caudal de leyes emanadas de las asambleas revolucionarias. Cambacérés y sus comparsas pusieron un simulacro de orden en aquel caos de legislación racionalista, que sólo se preocupa con las apariencias del orden natural, ignorando completamente el orden sobrenatural. Ese naturalismo ya sería suficiente para establecer la escisión de la legislación revolucionaria con la ley eterna. Sin embargo, no son pocos los artículos del Código Napoleónico que se encuentran en frontal oposición a Jesucristo y a su Iglesia.

El cesarismo se manifiesta por el establecimiento del "casamiento civil", por la autorización del divorcio, por los atentados contra el patrimonio familiar, en las disposiciones sobre sucesiones y el derecho de legar; por el no reconocimiento de la existencia de las Ordenes Religiosas; por el rechazo del derecho que tiene la Iglesia de adquirir y de poseer libremente bienes. Mantiene la supresión revolucionaria de las corporaciones o de la libertad de asociación; afirma el falso principio de la igualdad civil y política de todos los ciudadanos, y basándose en ese falso principio, propina un golpe de muerte a la institución de la familia, al prescribir la división igualitaria de las herencias. Y así, a través de este código Revolucionario, modelo de legislación que sería adoptada por todos los Estados modernos, Cristo Rey es expulsado de los gobiernos y de las leyes que rigen a los pueblos.

Así se puede decir, con Blanc de Saint-Bonnet, que "el Imperio fue la coronación del liberalismo o, en otras palabras, la instalación del cesarismo: la más perfecta sustitución de Dios por el hombre, de la Iglesia por el Estado que jamás se realizó, fuera del Imperio Romano o, si se prefiere, del imperio otomano".

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Con esto se abre la puerta al socialismo y al comunismo. Porque el liberalismo conduce fatalmente al comunismo, no por vía de reacción, como declaman ciertos sociólogos improvisados, sino por su propia esencia, por sus propias características. El liberalismo generó el ateísmo, por su desprecio por la fe, y por la libertad desenfrenada concedida al error religioso y social. Enseguida, solapó la propiedad privada en su propia base por el modo de tratar los derechos de la nobleza, de expropiar los bienes de la Iglesia, de disponer arbitrariamente del patrimonio familiar, de consentir en los abusos de la vida económica y en la explotación del hombre por el hombre.

Finalmente, el liberalismo instaló en los Estados la fuerza brutal de las masas, entregando el poder amarrado de manos y pies al sufragio universal. "Ahora, el comunismo toma como base el ateísmo, como fin la usurpación del capital, y como medio la fuerza empleada por las masas". (Blanc de Saint-Bonnet, in "La legimité").

El punto general de convergencia de toda la obra revolucionaria es, por lo tanto, la radical negación del reino social del Divino Salvador. "¡No queremos que El rey de sobre nosotros!". "¡No tenemos otros rey sino el César!". De este modo, "el error dominante, el crimen capital de este siglo es la pretensión de sustraer la sociedad al gobierno y a la ley de Dios… el principio colocado en la base de todo el moderno edificio social, es el ateísmo de la ley y de las instituciones. Se disfrace éste bajo los nombres de abstención, de neutralidad, de incompetencia o aún de igual protección; que se vaya hasta contradecirlo por algunas disposiciones legislativas de detalle o por actos accidentales y secundarios: el principio de la emancipación de la sociedad humana en relación al orden religioso permanece en el fondo de las cosas; es la esencia de aquello a lo que se da el nombre de tiempos nuevos". (Cardenal Pie, t. 7).

El católico para no desertar de su fe, como miembro de la Iglesia militante debe, por lo tanto, luchar por la restauración del Reino de Cristo, como única vía para la restauración de la verdadera civilización, que es la Civilización cristiana, la ciudad católica. Y si Jesucristo es Rey de toda la Creación, tenemos en su Santísima Madre la Reina de Cielos y Tierra.

San Luis María Gringnion de Montfort dice que si Jesucristo vino al mundo fue por medio de la Santísima Virgen y que también por Ella debe reinar en el mundo. Esa devoción a la humilde Virgen María, tan despreciada por los orgullosos, hinchados por la vana ciencia del mundo, esa devoción se encuentra ligada de modo tal a toda la doctrina católica, que se puede decir que ella es el último eslabón de una cadena de verdades cuyo primer eslabón es el dogma de un Dios Creador, y es ese último eslabón que necesita la sociedad humana, amenazada de caer en el abismo del naturalismo y del comunismo. Las cuestiones más graves, las más vastas consecuencias del orden humano y social dependen de esos artículos de fe. Y de ésos puntos del dogma, relegados hoy al interior de los santuarios.

En este mes del Rosario y de la Fiesta de Cristo Rey, hagamos subir hasta el trono de la Madre de Dios nuestras ardientes súplicas para que la humanidad sufridora pueda ver pronto la restauración del reinado de Su Divino Hijo.

 


domingo, 10 de octubre de 2010

Religión, ¿fuente de éxito o de fracaso?

 Por: Norma Mendoza Alexandry

Octubre / 2010

 

 
Hoy, un récord de numerosas familias tienden a disolverse y al fracaso, muchas de éstas fallan aun en su formación, tendencia que ha sido alarmante en las últimas décadas. En la literatura de las ciencias sociales encontramos una constante correlación entre el rompimiento familiar y el incremento de la pobreza infantil, la delincuencia juvenil, el maltrato infantil, el bajo aprovechamiento académico, adicciones y problemas de salud. En términos sociales esto se ha llamado en países desarrollados como la "Cultura del Rechazo y Alienación".

 

Es un hecho que bases de datos y estudios serios en ramas sociales han demostrado una y otra vez que en términos generales, las familias que son conocidas como "intactas" de padre y madre casados, siempre proveen a los infantes de mayor bienestar, felicidad, mejor salud, oportunidades educativas y mayor estabilidad que cualquier otro arreglo. 

 

Incluido en esto hay un aspecto importante que en muchas ocasiones no es totalmente visible, consistente en los beneficios espirituales: las familias que rezan juntas, tienden a permanecer unidas y trasmitir a las futuras generaciones más beneficios y bases de principios morales sobre los cuales debe fundamentarse una sociedad fuerte.

 

En la última década se han extendido las investigaciones sobre los efectos de la práctica religiosa. Hoy abarca áreas tales como la salud, superación de adicciones, reducción de la criminalidad, rehabilitación de infractores de la ley, etcétera.

 

Una de las investigaciones realizadas por el Doctor P. Fagan1 otorga resultados sorprendentes sobre la práctica religiosa, la cual trae consigo efectos benéficos para el éxito educativo de los niños, que incluyen:

·         Promedio de aptitud más altos.

·         Otorgan más tiempo a sus tareas escolares.

·         Un efecto positivo en no dejar sus estudios.

 

Este efecto es aún mayor para los niños de familias de bajos ingresos, debido a que la religión es una de aquellas instituciones en las que los pobres tienen acceso abierto y es confiable.

 

En la práctica religiosa en casa y los logros educativos escolares descansa el resultado que muestra la manera en que la práctica religiosa influye en el desempeño educativo.  Éste incluye valores interiorizados y normas, hábitos constantes de trabajo, altas expectativas personales y bajas tasas de comportamientos riesgosos.

 

Las familias que comparten intereses religiosos y padres que tienen matrimonios estables, inculcan estos valores y expectativas a sus hijos.

 

Una excepción a estos resultados positivos consiste en aquellos grupos de tendencia religiosa fundamentalista, que tienden a considerar la educación como negativa para las convicciones religiosas estudiantiles y a menudo se oponen a la educación superior.

 

Las políticas públicas en general deberían interesarse en que uno de los efectos más importantes de la práctica religiosa es el logro educativo. La educación es ampliamente considerada como un medio para mantener el bienestar de aquéllos que pertenecen a la clase media. Es también un arma poderosa para extraer a los individuos de la pobreza. 

 

Como resultado, las naciones han desarrollado estrategias educativas de largo plazo como parte integral de su desarrollo económico. Los estudios elaborados en este aspecto, tienden a explicar que si la práctica religiosa tuviese un efecto significativamente positivo en la educación, por tanto, ésta tendría profunda implicación para las economías mundiales y las sociedades.

 

En estos estudios, la influencia de la práctica religiosa en los resultados educativos consiste de dos partes. La primera examina los efectos de la práctica religiosa en el desempeño educativo.  La segunda clasifica las maneras por las cuales la práctica religiosa logra estos efectos. 

 

Estas maneras o caminos incluyen la dinámica interna del niño (control interno, expectativas de sí mismo, disciplina, hábitos y esfuerzo de trabajo), la vida marital de sus padres y la vida familiar que forman juntos (estabilidad matrimonial y satisfacción familiar, ingreso familiar y expectativas de los padres), actividades eclesiales (oración en congregaciones, redes sociales y actividades extracurriculares de organizaciones afiliadas a la Iglesia) y dinámicas tales como religión étnica para migrantes o la protección que ofrece la religión contra comportamientos riesgosos que frenan el avance educativo.

 

Los estudios también analizan algunos de los efectos que ciertos tipos de prácticas religiosas pueden tener en el logro educativo. Estos efectos se manifiestan a menudo en áreas marginales de población y pueden ser significativamente negativos.

 

Como es bien sabido, la familia natural en la que una madre y un padre crían a los hijos que concibieron, está reflejada en la familia intacta de padres casados o "familia tradicional". Esta familia en principio está basada en el amor, la lealtad y la entrega. Otras estructuras familiares (excepto la del adulto viudo), son hogares basados en el rechazo personal o ambivalencia hacia la entrega o el compromiso, o "cultura del rechazo y alienación".

 

Por ejemplo, en la familia de padres siempre solteros, un padre rechaza casarse y darle al niño una familia de padre y madre casados en la que pueda crecer. La familia de un solo padre o madre divorciado ocurre después de un profundo rechazo de los padres entre sí; el rechazo de una esposa previa es la condición común sobre la que se basan familias re-hechas.

 

En hogares de padre/madre solteros que cohabitan, el uno ha rechazado a la madre natural del hijo y ambos adultos que cohabitan son ambivalentes en cuanto a una relación de largo plazo.  Los actos deliberados de ambivalencia y rechazo que descansan en la raíz de estas estructuras familiares, traen profundas consecuencias para todos los involucrados.

 

Aunado a lo anterior, cuando ninguno de los padres reza, la tasa de virginidad de sus hijos  es mínima. Cuando una madre lo hace pero el padre no, la tasa es mayor.  Cuando el padre rinde culto pero la madre no, la tasa de virginidad es aún más alta. Cuando ambos, padre y madre, rezan, los hijos muestran la mayor capacidad para permanecer célibes hasta el matrimonio.

 

Datos de la "National Longitudinal Survey of Youth, USA" muestran la relación entre la asistencia a servicios religiosos y la estructura familiar en hombres jóvenes y su nivel de ingresos en edades  de 30  años. 

 

Hombres jóvenes en el nivel más bajo de ingresos provenían de familias rotas que nunca rezaban. El nivel más alto de ingresos consistía en hombres jóvenes que fueron criados en familias intactas que asistían a servicios religiosos semanalmente.

 

Estas investigaciones coinciden con otras, una de ellas fue conducida en el año 1980 por el economista laboral  Richard Freeman, de la Universidad de Harvard. Él encontró que niños que lograban superarse en la edad adulta, de un ambiente de pobreza en su barrio (la mayoría proveniente de familias de padres solteros), habían crecido en un ambiente en el cual había culto religioso semanal. 

 

De todos los factores base que ayudaron a los individuos a salir de la pobreza (aparte de otras influencias), Freeman encontró que el más poderoso fue el culto religioso continuo semanal.

 

Hablando en términos sociológicos, es interesante notar que establecer una relación con Dios se traducirá en creciente fuerza interior, que se hace evidente en comportamientos externos.  En la jerga de los científicos sociales, los datos obtenidos muestran que el culto a Dios en general es fuente de fortaleza personal, de capacidad interpersonal y un facilitador de cohesión social, o como a los economistas les gusta llamarlo: capital social.

Cuando un matrimonio intacto y el culto religioso regular son combinados, se incrementa el capital social y los beneficios para los niños, los adultos y la nación se multiplican.

 

 



domingo, 3 de octubre de 2010

Opus Dei, su labor a 82 años

 

Por Marcela Méndez

Octubre / 2010

 

 

El Opus Dei nació el 2 de octubre de 1928; era martes y en Madrid se realizaba la fiesta de los Santos Ángeles Custodios. Al finalizar la ceremonia y acudir a su habitación, el sacerdote Josemaría Escrivá de Balaguer, de 26 años, tuvo una visión: Dios quería que una parte de la Iglesia estuviera compuesta por gente de toda condición, que fuera capaz de incorporar y comunicar el mensaje de que Dios llama a todo el mundo a la santidad. "Vi el Opus Dei", afirmaba el sacerdote.

 

Así fue como nació, a partir de una visión, la institución de la Iglesia Católica que hoy define su misión de la siguiente manera: "difundir el mensaje de que el trabajo y las circunstancias ordinarias son ocasión de encuentro con Dios, de servicio a los demás y de mejora de la sociedad".

 

Se trataba de una visión que poco a poco se fue materializando y fue cumpliendo con sus objetivos: primero, al integrar a las mujeres el 14 de febrero de 1930; al comenzar su expansión por otras ciudades españolas y otras naciones, en 1939; al emprender Josemaría un viaje Europa en 1946, con la finalidad de establecer la labor del Opus Dei en distintos lugares. Y después, cuando el 24 de febrero de 1947 la Santa Sede otorga a la institución la primera aprobación pontificia.

 

Así, fue creciendo hasta convertirse en lo que es hoy. Actualmente el Opus Dei, que se constituye por un prelado, un clero propio y laicos, está presente en 67 países. Son más de 87 mil fieles los que forman la prelatura, de las que mil 900 son sacerdotes. Por continentes, la participación de los fieles se calcula del siguiente modo: mil 800 en África; 4 mil 800 en Asía y Oceanía; 29 mil 400 en América y 49 mil en Europa.

 

Además, existen los llamados cooperadores que, sin ser miembros de la Prelatura, ayudan a la realización de actividades del Opus Dei. Su función puede ser de trabajo o económica.

 

"La actividad principal del Opus Dei consiste en dar a sus miembros, y a las personas que lo deseen, los medios espirituales necesarios para vivir como buenos cristianos en medio del mundo", decía Josemaría. Para alcanzar ese objetivo, la institución del Opus Dei realiza en todo el mundo diversas actividades, tales como: retiros, charlas doctrinales y clases de catecismo. 

 

En general, sus actividades pueden ser clasificadas en tres grupos: medios de formación (retiro espiritual, clases semanales), apostolado ( labor de testimonio y ayuda en el trabajo por parte de todos los miembros; consiste en procurar que todos los cristianos, sin importar a qué se dediquen, cooperen en la solución de los problemas de la sociedad, mediante el testimonio de su fe), y obras corporativas (son iniciativas de carácter civil y sin ánimo de lucro que tienen una finalidad apostólica y de servicio).

 

A partir de las enseñanzas de Josemaría, el Opus Dei respalda diferentes actividades a nivel mundial: iniciativas civiles y de interés público (Escuela Técnica Nocedal, ubicada en Chile; Esuela Técnica Xaloc, ubicada en España; Midtown Sports and Cultural Center, ubicada en Estados unidos); actividades como el proyecto Training of Trainers (TOT, por sus siglas en inglés y "Formación de Formadores" en español), que consiste en impartir cursos a mujeres de Kenya que desean ser microempresarias.

 

De esta forma, y a través de gente común que a través de su actuar diario da testimonio de la fe católica, el Opus Dei extiende su actividad a lo largo de 67 países en el mundo. La misión que tiene es invaluable, y sus misioneros son personas como nosotros, que nos topamos cada día que buscan un solo objetivo: encontrar a Cristo, y ayudar a que los demás lo encuentren, en el trabajo, la vida familiar y el resto de actividades ordinarias.